Puro (Pure #1)

Il Capitano asiente y luego hace una prueba.

—?Y os lo habéis pasado bien? ?Os habéis dado un buen festín?

—Ha sido estupendo —dice Pressia, que vuelve a menear la cabeza de mu?eca.

Il Capitano lo capta: algo ha pasado, algo malo.

—?Estas son las órdenes? —Toca el sobre.

—Sí.

—?Se me ha asignado algún papel?

—Quieren que seas mi ayudante.

—Necesito sus órdenes, Belze. ?Dónde vamos? —la urge el chófer.

—No me gusta tu tono —le dice Il Capitano. Se le pasa por la cabeza pegarle un pu?etazo al chófer pero decide que mejor no; no quiere incomodar a Pressia.

—A ti no tiene por qué gustarte mi tono —le responde el conductor.

Pressia levanta el sobre por una punta y el contenido se desliza fuera: un folio con una lista de órdenes, una fotografía de un apacible anciano en una cama de hospital y un peque?o dispositivo portátil. Il Capitano lleva a?os sin ver un ordenador que funcione; solo ha visto restos: pantallas negras, plástico fundido, unos cuantos teclados y partes enquistadas en piel.

—El punto —le explica Pressia—. Tenemos que encontrar ese punto. Es un varón de dieciocho a?os de edad.

Il Capitano coge el aparato, pero está tan acostumbrado a su walkie-talkie que se le hace extra?o; resbala y tiene la pantalla brillante, casi aceitosa. En la imagen se ve la zona desde una vista aérea. Y es cierto que tiene un puntito azul que late y se mueve por la pantalla. Il Capitano toca lo azul y, de repente, la pantalla salta a un primer plano de la zona que rodea el punto parpadeante. Aparecen unas palabras escritas: ?Calle 24 con avenida Cheney, Banco de Comercio y Crédito?. ?No llamaba su madre a ese banco el ?C y C?? ?Era el banco de su madre? Se acuerda de unas piruletas en un bote con un tapón de goma, y de una línea de gente como un laberinto en un redil de cuerdas de terciopelo. Pero las calles ya no son lo que eran. La pantalla muestra la verdad: una ciudad demolida que solapa el antiguo plano urbano.

—Yo sé dónde está el puntito azul.

—Sí.

Rastrea la pantalla para buscar un mercado que ha surgido no hace mucho cerca de allí, pero no está.

—No está actualizado.

—No del todo.

—?Sabes quién es el punto? —le pregunta Il Capitano.

—Es un puro. Se ha escapado de la Cúpula por el sistema de filtrado del aire.

Il Capitano quiere matar a un puro. Es un deseo sencillo, tan básico y contundente como el hambre.

—?Y qué vamos a hacer con ese puro? ?Prácticas de tiro?

—Vamos a usarlo para que nos lleve hasta su madre. —Pressia mira con los ojos entornados hacia el horizonte—. Al final entregaremos al puro y a su madre a Ingership.

—?Los ejecutará en público?

—Va a devolverlos.

—?A devolverlos?

—Sí.

A la Cúpula. Il Capitano comprende que Ingership ha estado trabajando con ella. Es como si ya lo supiera pero no hubiese querido admitirlo. ?Claro —piensa—. Eso significa que la ORS ni siquiera existe.? Il Capitano recuerda lo que sintió mientras buscaba las armas que había enterrado, con su hermano moribundo a la espalda y la sangre bombeándole por el cuerpo desesperadamente en su búsqueda de los puntos de referencia. El mundo había sido desmantelado, aniquilado. Su madre ya había muerto, estaba encerrada en el cementerio, a las puertas del asilo. Se quedó sin nada que lo atase al mundo. Pero sobrevivió a todo eso, se recuerda ahora.

—Me alegra ver que Ingership se ha ganado tu lealtad y tu confianza.

—Desde luego —corrobora Pressia, que todavía está mirando por la ventanilla.

Il Capitano no pierde de vista la cabeza de mu?eca, que ahora se levanta, a solo unos centímetros del asiento y se mueve de un lado a otro. Acto seguido la chica le mira a los ojos.

—Espero que también cuente con tu lealtad y tu confianza.

?Estará el chófer escuchando e informando? Qué importa. Il Capitano no es capaz de responder, ni siquiera asiente con la cabeza: no es así como tiene pensado caer. Siente que le arde el pecho. Helmud está inquieto, como si el calor airado de Il Capitano se expandiese hasta él a través de la sangre que comparten. Está otra vez jugueteando con los dedos, como una abuela nerviosa que teje botitas de bebé.

—?Adónde? —insiste de nuevo el chófer.

—?Quieres esperar a que te lo digamos? —le grita Pressia.

Il Capitano está orgulloso de ella y le alivia ver que la chica ha recuperado el color de las mejillas. Vuelve a mirar el aparato.

—?Tienes algún plan?

Asiente con la cabeza de mu?eca y luego, para disimular, dice: —Seguiremos el punto azul.

Il Capitano se?ala la foto con el dedo y la empuja hacia el otro lado del asiento.

—?Lo conoces?

—Es mi abuelo.

—Bonito tinglado le han montado.

—Sí.

De modo que tienen al abuelo de Pressia de rehén, así se las gastan… Coge el folio con las órdenes y las repasa: localizar al puro, ganarse su confianza, seguirlo hasta el objetivo —la madre— y entregar el objetivo a las Fuerzas Especiales, que aparecerán cuando se las avise por walkie-talkie.

—?Fuerzas Especiales?

—Los seres que te roban las trampas.

Il Capitano intenta asimilarlo todo. Sigue leyendo: se supone que tienen que proteger la vivienda y los objetos que encuentren dentro —a toda costa—, en particular cualquier pastilla, cápsula o vial. ?Todo lo que tenga aspecto de medicamento.? Belze está al mando e Il Capitano ha de ayudarla y obedecerla. Se siente mareado y atrapado, como los reclutas en los corrales. Tiene los pu?os cerrados, e igual siente el pecho.

—?Sabes adónde vamos?

Pressia asiente.

—Solo estoy dispuesto a seguir órdenes si realmente sabes cuál es tu misión.

—Como dice Ingership: ?La Cúpula es buena, nos vigila como el ojo benevolente de Dios. Y ahora nos pide algo a ti y a mí, y nosotros le servimos?.

Il Capitano no puede evitarlo y se echa a reír.

—Ah, me he estado equivocando todos estos a?os. Ajá. Qué estúpido por mi parte, ?verdad? La Cúpula no tiene nada de malo. Y nosotros toda la vida pensando que era el enemigo y que algún día tendríamos que combatirlo… ?No es verdad, Helmud?

Helmud no dice nada. Pressia mira hacia el frente por el parabrisas.

—No, no combatiremos.

Pero Il Capitano mira de reojo la cabeza de mu?eca de Pressia, que la levanta y la deja caer. Sí, combatirán. La chica lo recalca golpeando el asiento de cuero.

—Bien —dice Il Capitano. Una cosa está clara, se tiene que deshacer del chófer—. ?Por qué no bajas para que te dé un poco de viento en la cara? —Nunca se ha oído hablar en semejante tono, con esa amabilidad y esa calma—. Antes de nada, lo primero es que puedas caminar bien. ?Por qué no te das un paseíto?

Pressia lo mira unos instantes y luego asiente. Se baja del coche apoyándose en la puerta, se pone de pie a duras penas y entonces se coge la cabeza con la mano buena, medio mareada, antes de cerrar la puerta. Il Capitano se queda esperando a que desaparezca de la vista por detrás del depósito de agua caído.