—Espera —la llama Ingership—. Al fin y al cabo Pressia es mujer y le gustará ver una cocina real en todo su esplendor restaurado. ?Pressia?
La joven vacila, porque lo cierto es que no le apetece alejarse de Ingership. Depende de él para imitar sus modales, pero sabe que tiene que aceptar la invitación, que negarse sería de mala educación. Mujeres y cocinas; no le hace gracia pero dice:
—?Sí, por supuesto! ?Una cocina!
La esposa de Ingership parece bastante nerviosa. Y, aunque su cara es difícil de interpretar, oculta como está tras la media, se está tirando de las puntas de los dedos enguantados con la otra mano.
—Sí, sí. Será un auténtico placer.
Pressia se levanta, deja la servilleta en el asiento y acerca la silla a la mesa. Después sigue a la mujer por una puerta batiente.
La cocina es muy espaciosa, con una fina y alargada mesa central sobre la que cuelga una gran lámpara. Las encimeras son amplias y están recogidas y recién fregadas.
—El fregadero, el lavavajillas —le explica la mujer se?alando una gran caja negra reluciente bajo la encimera—. La nevera. —Le indica una caja con dos compartimentos, uno grande abajo y uno peque?o arriba.
Pressia va hasta cada cosa y dice:
—Muy bonito.
La mujer se acerca al fregadero y, cuando Pressia está a su lado, le da a un mango de metal con una bola en la punta del que empieza a brotar agua.
—Te pondré al abrigo del peligro —le susurra—. No te preocupes, tengo un plan. Haré lo que pueda.
—?Al abrigo del peligro?
—?No te ha contado por qué estás aquí?
Pressia sacude la cabeza.
—Ten —le dice la mujer dándole una tarjetita blanca con una línea roja en el medio, un rojo muy brillante, como de sangre reciente—. Yo puedo ayudarte, pero tú tienes que salvarme.
—No entiendo —balbucea Pressia sin dejar de mirar la tarjeta.
—Tú guárdala. —La esposa de Ingership le empuja la mano—. Guárdala.
Pressia se mete la tarjeta en el fondo del bolsillo del pantalón.
La mujer cierra entonces el grifo y exclama:
—?Y así es como funciona! ?Con sus tuberías y todo!
Pressia la mira de hito en hito, confundida.
—?De nada! —dice la mujer.
—Gracias —acierta a decir Pressia, aunque su tono es más bien inquisitivo.
Salen de la cocina para volver al comedor, donde Pressia retoma su asiento.
—Es una cocina muy hermosa —dice Pressia todavía confundida.
—?A que sí?
La esposa hace una peque?a reverencia y desaparece de nuevo en la cocina. Pressia oye el entrechocar de las ollas.
—Discúlpala —dice Ingership soltando una carcajada—. Sabe hacer otras cosas mejor que hablar de política, como antes.
La chica oye un ruido proveniente del vestíbulo y mira en esa dirección: hay una joven que lleva una media muy parecida a la de la esposa de Ingership, aunque no tan impecable. Viste un vestido gris oscuro y zapatos cerrados y, con un cubo y una esponja, se dedica a frotar las paredes, sobre todo el sitio que Ingership ha calificado antes de repulsivo.
El hombre coge una mitad de huevo y se la mete en la boca. Pressia no tarda mucho en imitarlo, pero se lo deja un rato en la boca, donde pasa la lengua por la superficie resbaladiza del huevo y finalmente lo mastica. La yema está salada y blanda, con un sabor muy intenso.
—Naturalmente —le habla Ingership—, te estarás preguntando cómo. ?Cómo es posible todo esto: la casa, el granero, la comida…? —Menea una mano en el aire como para se?alar todo lo que lo rodea. Tiene los dedos sorprendentemente finos.
Pressia se come a toda prisa el resto de huevos. Sonríe con los labios apretados y los carrillos llenos.
—Bueno, voy a contarte un secretito, Pressia Belze. Es el siguiente: mi mujer y yo actuamos de enlaces entre este mundo y la Cúpula. ?Sabes lo que significa lo de ?enlaces?? —No aguarda la contestación de Pressia para proseguir—: Somos intermediarios, tendemos puentes. Ya sabes que este mundo era una causa perdida antes de las Detonaciones. La Ola Roja de la Virtud hizo un gran esfuerzo y le estoy profundamente agradecido por el Retorno al Civismo. Pero algo tenía que pasar, y nuestros adversarios tiraron la primera piedra. Incluso Judas formaba parte del plan de Dios. ?Entiendes adónde quiero llegar? Hubo quienes abrazaron el civismo y quienes se negaron. En cierto modo, debemos confiar en que las Detonaciones fueron por nuestro bien, por un futuro mejor. Algunos estaban preparados y otros no merecían entrar. La Cúpula es buena, nos vigila como el ojo benevolente de Dios. Y ahora nos pide algo a ti y a mí, y nosotros le servimos. —La mira con severidad—. Sé lo que estás pensando… Que, en los grandes planes de Dios, yo era de los que no se merecían entrar en la Cúpula. Yo era un pecador y tú, una pecadora. Pero eso no quiere decir que tengamos que seguir pecando.
Pressia no sabe en qué concentrarse primero. Ingership es un enlace que cree que las Detonaciones fueron un castigo por los pecados del mundo. Eso es lo que la Cúpula quiere hacer creer a los supervivientes: que se merecen lo que tienen. Ese hombre le parece detestable, más que nada porque tiene poder. Maneja ideas peligrosas y manipula a Dios y el pecado en beneficio del poderoso, por la única razón de que él quiere serlo más. Bradwell seguramente lo cogería por el pescuezo, le abollaría la cara de metal estampándolo contra la pared y le daría una lección de historia. Pero Pressia no cuenta con esa opción. Mira de reojo el sobre amarillo que hay al otro lado de la mesa. ?Ahí es donde quiere llegar Ingership? ?A entregarle el sobre? Ojalá acabe pronto. ?La Cúpula desea algo de ella? ?Y qué pasa si se niega? Traga su último bocado de huevo; ha saboreado todos y cada uno, hasta ?adquirirlo? en su estómago.
Ingership coge una ostra, la inclina igual que una tacita de té y se lo traga todo. A continuación mira a Pressia como animándola a comer… o ?es una prueba?
—Una auténtica exquisitez —dice Ingership.
Pressia coge una ostra del plato y siente el borde grueso de la concha en sus dedos y luego en su labio inferior. La inclina y la ostra se le desliza hasta la garganta y, sin más, hacia abajo. Se ha ido tan rápido que Pressia ni siquiera está segura de haberla saboreado. En la lengua se le queda solo un regusto a salmuera.