Puro (Pure #1)

Conducen durante más de una hora en silencio. Los terrones se deslizan por delante del coche reptando como serpientes. El chófer los arrolla y se quedan espachurrados bajo las ruedas. Pressia no tiene ni idea de cuánto queda de camino. ?Toda la noche? ?Días? ?Hasta dónde se extienden las esteranías?, ?tienen un fin? Se vaya en la dirección que se vaya, al final uno se las encuentra. Nadie ha logrado jamás atravesarlas y volver con vida; al menos que ella sepa. Ha oído que los terrones de esa región son mucho más temibles que los de los escombrales. Son más rápidos y su hambre más feroz. Sobreviven con casi nada y, al no estar fusionados con piedra, son más ágiles. Si realmente Ingership se dispone a llevarla al puesto para sacarle información, ?será para luego dejarla morir allí en las esteranías?

Por fin se ve una elevación en el horizonte… ?Una colina? Conforme se acercan Pressia va distinguiendo cierta vegetación, y es verde y todo. Cuando el coche llega a la colina, dobla hacia la derecha por una curva. La tierra vuelve a presentar vestigios de una vieja carretera. En cuanto dejan atrás la curva, Pressia mira hacia abajo y ve un valle con plantaciones rodeado por más esteranías. En los campos hay sembrados, aunque no exactamente de trigo agitado por el viento, sino de algo más oscuro y pesado, con lo que parecen unas florecillas amarillas, filas de tallos arrodrigados, así como otras plantas verdes cargadas de unos frutos morados no identificados. Entre los sembrados hay reclutas con uniformes verdes; algunos llevan peque?os contenedores de agua con ruedas y van rociando la vegetación, mientras que otros parecen estar cogiendo muestras. Caminan con dificultad, con sus pieles estropeadas bajo el sol turbio.

Hay tierras de pasto con animales voluminosos, más peludos que las vacas, con morros más largos y sin cuernos. Andan un tanto inestables sobre sus pezu?as, no lejos de una fila de invernaderos. La carretera serpentea hasta llegar a una casa amarilla con el techo a dos aguas y, algo más allá, un granero rojo en pie y con la pintura nueva, como si nunca hubiese pasado nada malo. Es tan asombroso que Pressia apenas da crédito a lo que ven sus ojos.

Pressia se acuerda de lo que son todas esas cosas por los recortes de Bradwell y, vagamente, por sus propios recuerdos.

El abuelo conoció a granjeros cuando era peque?o. ?La agricultura es algo relativamente nuevo, si piensas en toda la existencia del Homo sapiens —le había dicho—. Si pudiésemos recuperarla y generásemos más comida de la que necesitamos, recuperaríamos nuestro modo de vida.? La tierra, sin embargo, está carbonizada y es hostil, las semillas están mutadas y la luz del sol todavía enturbiada por el polvo y el hollín. La gente se las apa?a mejor con peque?os huertos en las ventanas, a partir de las semillas que han recogido y no les han matado. Pueden vigilarlos y recogerlos por la noche para que no se los roben. Y prefieren los animales híbridos que cazan. La carga de alimentar a un animal y mantenerlo es pedirle demasiado a gente que bastante tiene con intentar seguir con vida. Cada generación de animal tiene sus propias distorsiones genéticas; uno puede estar bien pero su hermano no. Es mejor ver a los animales híbridos vivos —comprobar por uno mismo que están realmente sanos— antes de comerlos.

—Cuánta comida —comenta Pressia—. ?Cómo tienen sol suficiente?

—Le hemos retocado un poco el código. ?Cuánto sol necesita una planta? ?Podemos alterar esa necesidad? Los invernaderos tienen sus mecanismos, superficies reflectoras para rebotar la luz, conservarla y dirigirla hacia las hojas de las plantas.

—?Y el agua?

—Tres cuartos de lo mismo.

—?Qué son esos cultivos exactamente?

—Híbridos.

—?Sabe a cuánta gente se podría alimentar con todo eso? —Pressia lo dice como una expresión de su asombro pero Ingership se toma la pregunta al pie de la letra.

—Si toda fuese comestible, podríamos llegar a abastecer a una octava parte de la población.

—?No se pueden comer?

—Hemos tenido ciertos logros, pero escasos. Aparecen mutaciones que no suelen entrar en nuestros planes.

—Una octava parte de la población se lo comería aunque no fuese comestible.

—Ah, no, no me refiero a un octavo de los miserables, sino a una octava parte de los habitantes de la Cúpula, para complementar sus necesidades dietéticas y, con el tiempo, llegar a abastecerles cuando vuelvan con nosotros —le explica Ingership.

?La Cúpula? Pero ?Ingership no es de la ORS? Es el superior de Il Capitano… Y la ORS planea derrocar la Cúpula algún día; se supone que están formando un ejército.

—?Y qué pasa con la ORS? —acierta a preguntar Pressia.

Ingership la mira y sonríe por un lado de la cara.

—Todo se aclarará.

—?Il Capitano sabe algo de esto?

—Lo sabe aunque no quiera reconocerlo. ?Te imaginas que le cuentas que vivo aquí en una tienda…, como los árabes en la antigüedad, en medio del desierto?

Pressia no tiene claro si bromea o no.

—árabes —repite, como si hubiese asumido el papel de Helmud. Piensa entonces en el banquete de boda de sus padres, en la descripción del abuelo de las tiendas blancas, los manteles blancos y la tarta blanca.

—Tienda, ?entendido? Es una orden. —La voz de Ingership se vuelve de pronto severa, como si no solo su cara fuese medio metálica sino también su laringe.

—Entendido —se apresura a responder Pressia.

Se hace el silencio por unos minutos, hasta que Ingership lo rompe:

—En mi tiempo libre me dedico a trastear con antigüedades. Estoy intentando recuperar comidas que se han perdido. Todavía no he llegado a perfeccionarlas, pero casi… No ando desencaminado. —Ingership deja escapar un suspiro—. Un toque de civismo de los viejos tiempos aquí en medio de tanto salvajismo.

?Civismo de los viejos tiempos? Pressia no tiene ni idea de a qué puede referirse.

—?De dónde saca las ostras? —le pregunta.

—Ah —dice Ingership gui?ándole un ojo—. Eso es un secretito. ?Tengo que guardarme alguno en la manga!

Pressia no entiende por qué tiene que guardarse nada en las mangas.

Cuando el chófer aparca delante de unos escalones que dan a un amplio porche, Pressia se acuerda de la letra de la grabación que a su madre tanto le gustaba, la nana de la ni?a que baila en la soledad del porche.

Y en ese momento una mujer sale de la casa para recibirlos. Lleva un vestido amarillo chillón, como para ir conjuntada con la casa, y a primera vista se le ve una piel tan blanca que parece que brilla. ?Será una pura? Luego Pressia se da cuenta de que no es piel, sino una especie de media de un material muy fino, elástico y casi brillante. Le cubre hasta el último centímetro de cuerpo y está rematada por guantes en los dedos y unos agujerillos bien remachados para ojos y boca. Y ahora que la ve más de cerca Pressia se da cuenta de que tiene agujeros hasta para la nariz. La mujer está tan chupada como Ingership. Los hombros angulosos parecen un amasijo de huesos.

Ingership sale por un lado del coche y Pressia lo imita.

—?Qué estupendo, qué estupendo que hayas llegado a salvo! —dice la mujer, aunque la media no se mueve. Está perfectamente fijada a los músculos de su cara, ni se frunce por los labios ni aplasta la nariz. Lleva peluca, una rubia y ahuecada que le tapa las orejas y tiene recogida en la nuca con una gran horquilla. No se aventura por las escaleras; se limita a sujetarse a la barandilla para no perder el equilibrio.

Pressia sigue hasta el porche a Ingership, que besa a su mujer en la mejilla (aunque no es tal cosa: es la piel de media).

—?Esta es mi queridísima esposa!