—Mi jefa. ?Quieres oír algo divertido? A cambio de que sonrías como lo has hecho antes.
Sonreí en respuesta porque no pude evitarlo al ver cómo le brillaban los ojos y lo relajado que parecía recostado sobre el respaldo de la silla.
—Así me gusta. Estás preciosa cuando lo haces, ?lo sabías?
—No cambies de tema —dije un poco incómoda.
—Está bien. Pero no se lo dirás a nadie.
—Claro que no.
—Trato de hermanos.
—Trato —contesté, aunque sabía que solo estaba haciendo todo aquello para alargar la conversación un poco más y mantener mi atención.
—La segunda noche que pasé en Sídney estaba todavía alojado en un hotel, aburrido y un poco jodido, así que decidí irme a dar una vuelta, solo, y terminé en un bar de copas tomando algo. Llevaba veinte minutos allí cuando ella apareció. Y era increíble. Le pregunté si podía invitarla a algo y aceptó. Estuvimos hablando un poco y al final acabamos…, ya sabes, en mi habitación.
—No hables como si fuese una ni?a.
—Está bien. Me la follé. —Aguanté la risa—. ?Y a que no adivinas a quién me encontré a la ma?ana siguiente cuando me dijeron que fuese al despacho a conocer a la jefa?
—?Lo dices en serio?
—Sí, joder. Ahí estaba.
—?Y qué pasó?
Oliver sonrió y respiró hondo, como si acabase de demostrarse algo a sí mismo que llevaba mucho tiempo esperando. Lo entendí al ver la satisfacción en sus ojos y al darme cuenta de que hacía un rato que yo no pensaba en nada, tan solo estaba allí, en ese presente, prestándole atención a mi hermano, en una situación tan normal, tan cotidiana.
—Será mejor que nos vayamos ya.
él asintió y se levantó para pagar.
Yo me quedé un rato aún sentada en la terraza, intentando aclarar lo que estaba sintiendo; era como flotar en medio de la nada, un limbo, un lugar entumecido y muy vivo al mismo tiempo, lleno de contrastes e incoherencias, de miedos y anhelos.
Oliver respetó el silencio mientras regresábamos andando. Al llegar a una calle que conocía bien, frené en seco.
—?Te importa si voy a casa por mi cuenta?
—?No vive Blair aquí?
—Sí. Tengo que hablar con ella.
—De acuerdo. Dame un beso.
Se inclinó para que pudiese alcanzar su mejilla y luego se marchó caminando a paso rápido. Yo me quedé un rato en el mismo lugar hasta que encontré el valor para llamar. Abrió la se?ora Anderson, sorprendida hasta que la compasión ganó la batalla e inundó sus ojos oscuros. Yo bajé la cabeza, porque no soportaba ver la lástima desperezándose poco a poco.
—Vaya, cielo, ?qué alegría verte por aquí! Hacía tanto tiempo que…
—Dejó la frase a medias y se hizo a un lado—. Blair está en su habitación.
?Te apetece tomar algo? ?Un poco de zumo?, ?café?
—Gracias, pero no es necesario.
Me indicó el camino hacia el dormitorio de su hija. Recorrí el pasillo con el corazón en la garganta. Las pulsaciones se me dispararon. Tantos momentos felices que había vivido allí…
Tomé aire y llamé a la puerta antes de abrir.
Al verme, Blair se llevó una mano al pecho.
—?No me lo puedo creer! —Sonrió, y se dio un golpe en el me?ique al levantarse corriendo de la cama para venir hacia mí—. ?Auch, joder! Nada, no importa. El dolor es solo mental, ?no es eso lo que dicen? Vamos, ven, siéntate aquí. ?Todo va bien? ?Ha ocurrido algo? Porque si necesitas cualquier cosa, ya sabes…, bueno, lo sabes.
—No necesito nada. Solo quería pedirte perdón.
Tenía la sensación de que me pasaba los días pidiendo perdón. Pero es que me sentía tan culpable, tan mal, tan nociva… Sabía que estaba haciendo da?o a todas las personas a las que quería y aun así no podía evitarlo, porque la alternativa era demasiado…, demasiado, a secas.
—?Por qué ibas a hacer eso?
—Por lo que ocurrió en el festival.
—No digas tonterías. Me gustó que te animases a venir.
—No debería haber bebido ni ponerte en un aprieto.
Blair sacudió la mano.
—Olvídalo. Lo importante es que estuviste allí.
—Gracias por ser así —susurré.
Me senté a los pies de la cama, cerca de ella. Contemplé la habitación, fijándome en las fotografías de las dos y de otros amigos que llenaban el corcho colgado encima del escritorio, justo al lado de un cuadro que había pintado para ella por su cumplea?os, y que mostraba su delicada silueta de espaldas frente a un mar embravecido. Porque, para mí, Blair siempre había sido un poco así, la calma en medio del caos. La calma en medio de mí misma. Una vez, mi padre me dijo que todos necesitamos un ancla; en cierto modo, ella había sido la mía.
—La próxima vez haremos algo tranquilo —dijo.
—Sí, casi mejor. No sé qué me pasó.
—?A qué te refieres?
Y no sé si fue porque no sabía qué más decir antes de largarme de allí, si fue por su mirada llena de nostalgia o a causa del momento extra?o que estábamos viviendo, pero lo solté de golpe, con las ideas aturulladas y la garganta seca:
—Me desnudé delante de él.
—?Cómo dices?
—Delante de Axel. Y lo besé.
—Joder, Leah. ?Hablas en serio?
—No era yo misma —me defendí.
Los rasgos de Blair se suavizaron y sus ojos se llenaron de ternura.
Alargó una mano y la apoyó encima de la mía antes de darme un apretón que me calentó por dentro, como si ese contacto fuese una descarga de recuerdos, de una sensación tan familiar, de su amistad.
—?No te has dado cuenta, Leah? Eras más tú que nunca. La de verdad.
?Ya no te acuerdas? Siempre fuiste así. Visceral. Impredecible. Hacías cualquier locura que se te pasase por la cabeza, me arrastrabas a mí contigo y eso…, eso me hacía sentir muy viva. Lo echo de menos.
Me levanté temblando.
—Tengo que irme.
30
AXEL
Tumbada en la cama, se quitó el sujetador y tiró de mi mano hacia ella. Caí a su lado de rodillas. Clavé la mirada en aquel cuerpo femenino al tiempo que alargaba un brazo y le acariciaba las piernas, ascendiendo con lentitud.