Ember, por otro lado, me presenta una nueva alternativa cada día, en caso de que el plan A (Oxford, no importa cómo) falle. Hasta ahora me ha presentado un plan B (solicitar una pasantía con Alice Campbell y luego trabajar en su fundación cultural) y un plan C (tirar todo al infierno y abrir una empresa de ropa con ella), esta última opción obviamente despierta mucho más entusiasmo en ella que en mí, al menos por ahora.
Me inclino hacia atrás y pongo las manos sobre mi cabeza. Todo puede decirse de las sillas grises tapizadas de la biblioteca, pero no que sean cómodas. O estables. En los últimos tres días, he establecido que hay exactamente dos aquí que no se balancean, en una regular el tornillo se cae.
Lo descubrí en mi propia piel, porque tuve dos veces un ataque al corazón, cuando de repente el asiento se movió debajo de mí y casi me caí al suelo.
Hasta ahora no me ha pasado nada, pero estoy casi cien por cien segura de que William, un jubilado que también se sienta en la biblioteca todos los días, ha hecho la misma investigación sobre las sillas, porque cada vez que se presenta ante mí, toma la única silla desconocida y no peligrosa y me observa con un brillo casi destellante en los ojos cuando dimito, eligiendo uno de los peores lugares.
Y por eso me gusta.
Cuando me paro frente a la puerta de la biblioteca el viernes por la ma?ana, resulta que está cerrada por el inventario y no abrirá la puerta hasta el mediodía. Al principio, me libero, pero finalmente termino con un 102
libro en un peque?o café y mato el tiempo allí. A las doce en punto, me registro en la puerta, donde William ya está allí. Cuando me voy unas horas después, me sonríe por primera vez, porque hasta ahora era yo, cuando empacaba mis notas y salía de la peque?a sala de lectura, me despedía con una ligera sonrisa. Encantada por esta peque?a victoria, me voy a casa.
—?Yo lo hago!— Grito desde el umbral.
—En la cocina—, responde papá.
Me quito los zapatos y cuelgo la chaqueta fina en el armario.
—William me sonrió por primera vez hoy—, digo en el pasillo. —Creo que probablemente...
Me paro en medio paso y parpadeo nerviosamente. Papá no está solo en la cocina.
James está detrás del mostrador.
Enrolló las mangas de su camisa blanca por encima de sus codos. Tiene una patata en una mano y un pelador en la otra. Papá se sienta a su lado y corta las patatas en rodajas finas.
Al principio no estoy segura de si esto está sucediendo realmente o si sólo estoy so?ando un sue?o extra?o.
—?Qué estás...? ?Qué estás haciendo aquí?— Me ahogo con dificultad.
—La cacerola...— dice papá, sin levantar los ojos de la tabla de cortar.
Miro de cerca a James e inmediatamente veo que algo está mal. Lo veo en sus ojos, en su postura y en el aura sombría que lo rodea.
—?Estás bien?— Le pregunto. Intento mantener la voz tranquila, pero no puedo evitar poner las manos en los soportes de mi mochila.
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James está gru?endo. Se mira las manos como si por un momento se hubiera olvidado de lo que está haciendo, y luego vuelve a levantar los ojos. La comisura de su boca se desplaza ligeramente hacia arriba. No es una verdadera sonrisa, sólo un patético intento de hacer que mi estómago se ponga ansioso.
—Quería visitarte, pero no estabas en casa.— él responde y mira a papá. —Y por eso tu padre me contrató como cocinero.
Los observo con mis cejas arrugadas.
—Resultó que no era tan malo como se podría pensar...
—Cierto. Ya hemos llegado a la conclusión de que tenemos más patatas que cáscaras.
En otras circunstancias, me divertiría con este comentario, pero en esta situación no hay nada cómico.
James está parado y su camisa con las mangas arremangadas, su cabello parece que ha estado peinándose a través de sus dedos muchas veces. Nunca lo había visto así antes. Normalmente llena hasta la habitación más grande con él mismo, pero ahora parece inseguro y perdido. Como si no supiera dónde está, y mucho menos qué hacer a continuación.
—Sube y habla, y yo terminaré la cena—, papá le dice. —James, me has ayudado mucho, pero puedo manejar el resto por mí mismo.
James vacila por un tiempo pero luego asiente con la cabeza y le da a mi padre un pelador.
Pone la patata en la tabla, se acerca al fregadero y se lava las manos.
Le envío a mi padre una sonrisa llena de gratitud. Responde de la misma manera, aunque veo ansiedad en su vista. No sé si está preocupado 104
por mí o por James.
Estoy esperando a que James termine de lavarse las manos, y luego subimos juntos a mi habitación. Me quito la mochila y le doy la espalda a mi novio mientras está inseguro en el medio de la habitación.
Me acerco. Levanto mis ojos sobre él. Me mira y de nuevo parece como si quisiera sonreírme.
—No tienes que sonreír si no te apetece... —susurro. Me temo que desaparecerá al más mínimo sonido. Esto se debe probablemente al hecho de que nunca lo he visto en este estado. No tengo ni idea de qué hacer.
Sólo se me ocurre una solución sensata: darle tiempo.
—Lo he hecho.— Gru?e. —Dejé Beaufort.— El significado de sus palabras no me llega por mucho tiempo.
—?Perdón?— Pregunto con una voz apenas audible.
—Fui testigo de cómo mi padre intentaba sobornar a Sutton para mantenerlo alejado de Lydia.— Mueve la cabeza, peinándose con los dedos. —No sé cómo sucedió, pero algo dentro de mí se rompió. Tengo que saber lo deshonesto que es todo esto. Y no puedo seguir así.
Mis manos casi instintivamente encuentran sus caderas.
—Le dije que no quería tener nada más que ver con Beaufort y que vendería mis acciones.
Contengo la respiración.
Hace unas semanas, James me confesó que temía la decepción de su madre y que desperdiciaría el trabajo de su vida si no podía continuar con su trabajo y dirigir la empresa como ella quería. Liberarse de la influencia de su padre siempre ha sido su mayor sue?o, pero nunca ha tenido la oportunidad de cumplirlo. No importa cuánto le deseé eso. El hecho de que 105
lo haya hecho hoy, con todas las consecuencias que esta decisión traerá, no está en mi cabeza.
—?Cómo reaccionó?— Pregunto en un susurro.
—Dijo que no podría ir a casa.