Ciudades de humo (Fuego #1)

—Es que...

—?Jake! —insistió Alice impaciente.

—Yo...

—No ha besado nunca a nadie —intervino Rhett.

Jake se puso rojo como un tomate, confirmándolo.

—El primer beso siempre es horrible —siguió Rhett, como si nada—. No tengas muchas expectativas y suplica para que ella tampoco las tenga. Listo.

—?Qué clase de consejo es ese? —Alice lo miró indignada.

—Es la verdad.

—?Nuestro primer beso también fue horrible? ?Eso crees?

—Entonces... ?os habéis besado de verdad! —Jake se aclaró la garganta, incómodo.

—No he dicho eso. —Rhett se dirigió a Alice.

—?Has dicho que siempre son horribles!

—?Era una forma de hablar!

—?Pero lo has dicho!

—?Pues mira, sí, todavía tengo una cicatriz en el labio!

—Esta conversación está tomando un rumbo inesperado —murmuró Jake, enrojeciendo.

Rhett lo miró.

—Bueno, y ?qué quieres? ?Que te ense?emos o qué?

—?No! —Jake se puso todavía más rojo—. Quiero que..., no sé..., estéis cerca..., por si acaso.

—No te perderé de vista, lo prometo —le aseguró Alice.

—Yo estaré emborrachándome en la barra de la cafetería. También puedo prometértelo.

—Si ella... —Jake seguía mirándola, preocupado.

—Estaré ahí, apoyándote —repitió Alice—. No te preocupes más, Jake. Si estás tranquilo todo saldrá bien.

—Habla la experta —se burló Rhett.

—?Cuántos primeros besos has dado tú? —le soltó ella enfadada.

—?Yo? Ninguno. Ni siquiera sé qué es eso.

—Ya. Seguro.

—Vale —los cortó Jake—. Sois como un matrimonio de abuelos que ya no se soporta.

—Solo a veces —admitió Rhett—. Y, ahora, ?os importaría continuar esta maravillosa conversación en cualquier otra parte? Tengo que irme y no puedo dejaros aquí solos.

—Siempre tan simpático... —Alice puso los ojos en blanco.

—Entonces —Jake la agarró del brazo, entusiasmado—, ?será mejor que elijamos qué ponernos!

Y la arrastró con él hacia la salida.



*



Durante esa semana, Alice se hartó de oír hablar de la dichosa cena de Navidad. Cada vez que oía a alguien mencionarla, le entraban ganas de poner la misma cara que solía poner Max siempre.

Le había preguntado a Davy si le apetecía ir con ella en una clase de Deane, mientras estiraban. Su gran respuesta había sido encogerse de hombros con poco entusiasmo.

—Vale —murmuró—, tampoco tengo nada mejor que hacer.

—?No podrías fingir que te apetece?

—Es que no me apetece.

—Por eso se llama fingir.

él suspiró y, como si hiciera el mayor sacrificio del mundo, sonrió.

—Qué bien, iré a esa cena con mi gran amiga Alice —dijo con su tono aburrido de siempre, pero con una sonrisa extra?a.

Bueno, tampoco esperaba una gran reacción por parte de Davy, así que simplemente se alegró de tener pareja.

Deane, por su parte, seguía siendo sorprendentemente amable con Alice. Hasta el punto de no rega?arla cuando empezaron los combates y ella los perdió todos. Eso sí, apenas conseguían tocarla porque Rhett se había asegurado de que, si no sabía atacar, al menos supiera protegerse. Así que eso era lo que se le daba mejor a Alice.

Hablando de Rhett, las cosas no habían ido mal con él. Le daba la sensación de que estaba de mejor humor desde que podían hablarse otra vez.

De hecho, un día, mientras subían la escalera hacia la habitación, Alice escuchó el murmullo de una de las chicas de su clase.

—?No os da la sensación de que Rhett está muy simpático estos días?

Su amiga rio.

—Un poco. Hoy me ha sonreído. Nunca lo había visto sonreír. No sabía si echar a correr o alegrarme.

Así que sí, Alice no era la única que había notado que estaba de buen humor.

Además, aunque ya no fuera a su habitación por las noches, Alice había conseguido sonsacarle varias anécdotas de su infancia en sus clases extra.

Por no hablar de la cantidad de veces que Rhett le pedía que lo ayudara a ordenar el almacén aunque, una vez allí, no se dedicaban a eso.

Alice no estaba muy familiarizada con dar y recibir besos, pero se estaba acostumbrando rápidamente y de forma muy dispuesta. Le gustaba la sensación que las manos de Rhett provocaban en su nuca. Lo que sentía al unir sus labios con los suyos. O sus cuerpos pegados. La anticipación que la arrollaba cuando Rhett apartaba de un manotazo lo que hubiera encima de la mesa para sentar a Alice en ella y tener mejor acceso a su boca.

Y pensar que antes odiaba el contacto... Ahora, cuando veía a Rhett, sus dedos cosquilleaban llenos de ganas de acariciarlo. Notarlo pasear detrás de ella en las clases de tiro con el resto de los alumnos de la especialidad sin poder tocarlo era una verdadera tortura. Pero, eso sí, muchas veces lo pillaba mirándola.

Para mala suerte de Trisha, solo podía hablarlo con ella. Y esta solía burlarse de su timidez y recomendarle que simplemente se dejara llevar.

Sin embargo, aparte de la felicidad que sentía, seguía inquieta al recordar que tenía un asunto pendiente.

Al fin, el día antes de la cena, Alice se atrevió a ir al hospital y enfrentarse a Tina. Se quedó en la puerta un momento, insegura, y después entró.

Tina se encontraba de espaldas a ella. Estaba hablando con un chico que tenía el brazo sujeto por un trozo de tela. Al oírla saludar, se dio la vuelta.

—Alice, cielo, en un momento te atiendo.

Terminó de hablar con su paciente y lo guio hacia la salida antes de acercarse a ella y suspirar.

—Supongo que querrás hablar sobre lo de Max —dedujo en voz baja.

Y Alice, que había pensado en hablar eso de forma pacífica, no fue capaz de hacerlo.

—?Estuvo a punto de echarme de la ciudad! —sollozó todavía resentida.

Tina volvió a suspirar, pasándose una mano por la cara.

—Lo sé. Si hubiera sabido que llegaría tan lejos, no habría dicho nada.

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