Expulsé todo el aire que tenía dentro y, sin dejar de mirar al demonio, me dejé caer sobre mi trasero, con las palmas de las manos apoyadas sobre la madera del suelo y las rodillas dobladas. Lo había conseguido, y el repentino descenso de adrenalina hizo que me pusiera a temblar.
—?Rachel! —gritó mi madre, y yo miré más allá de Minias. Estaba obser-vando con el ce?o fruncido a la dependienta que, sin dejar de gritar y sollozar, se negaba a bajar su círculo protector. Al final mi madre se hartó y, con los labios fruncidos y el mal genio que compartíamos, empujó a la mujer dentro de su propia burbuja provocando que se rompiera.
Fuera de la vista, detrás del mostrador, la mujer se dejó caer, exhausta, y se puso a aullar con todas sus fuerzas. Yo me erguí cuando vi que el teléfono se arrastraba por el mostrador y aterrizaba de golpe en el suelo. Con una sonrisa, mi madre se acercó a mí con cuidado, intentando no pisar los hechizos y encantamientos esparcidos por el suelo, con las manos extendidas y exudando orgullo por todos los poros de su cuerpo.
—?Estás bien? —le pregunté mientras me ayudaba a ponerme en pie.
—?Qué pasada! —exclamó con los ojos brillantes de emoción—. ?Por todos los demonios! ?Me encanta verte trabajar!
Tenía los vaqueros cubiertos de hierbas aplastadas y empecé a sacudírmelos intentando desprender los copos. Había una multitud de gente arremolinada mirando por el escaparate, y el tráfico se había detenido. Jenks se colocó detrás de mi madre y se llevó el dedo a la sien indicando que estaba loca. Yo fruncí el ce?o. Mi madre había estado más que deprimida desde la muerte de mi padre, pero tenía que admitir que su despreocupación ante el ataque de tres demonios era mucho más fácil de soportar que los gritos histéricos de la dependienta.
—?Fuera de aquí! —gritó poniéndose en pie. Tenía los ojos rojos y la cara hinchada—. ?Alice, sal inmediatamente de aquí y no vuelvas nunca más! ?Me has oído? ?Tu hija es un peligro, deberían encerrarla y no dejarla salir jamás!
Mi madre apretó los dientes con rabia.
—?Cierra la boca! —le espetó acaloradamente—. Mi hija acaba de salvarte el culo. Ha ahuyentado dos demonios y encerrado a un tercero mientras tú te escondías como una ni?ita remilgada que no sabe ni cómo coger un amuleto aunque le haya salido del culo.
Con las mejillas encendidas, se dio la vuelta con un resoplido y me agarró del brazo. Tenía cogida la bolsa de plástico con los hechizos, y me golpeó con ella ligeramente.
—Rache, vámonos. Es la última vez que vengo a comprar a esta tienda de mierda.
Jenks se colocó delante de nosotras con una sonrisa de oreja a oreja.
—?Le he dicho alguna vez lo bien que me cae, se?ora Morgan?
—Mamá… La gente puede oírte —dije avergonzada. ?Dios! Su vocabulario era incluso peor que el de Jenks. Además, no podíamos irnos. Minias seguía en el interior de mi círculo.
Taconeando por encima de la mercancía, mi madre me arrastró hasta la puerta con la cabeza alta mientras sus rizos pelirrojos se agitaban con la brisa que en-traba por la ventana rota. Una expresión de cansancio se apoderó de mi rostro cuando escuché el ulular de las sirenas. Genial. Lo que me faltaba. Seguro que me llevarían a la fuerza al torreón de la SI para rellenar un informe. Invocar demonios no era ilegal sino simplemente estúpido, pero estaba segura de que se les ocurriría algo, probablemente una mentira descarada.
Yo no gozaba precisamente de la simpatía de la SI, la Seguridad del Inframundo. Desde que el a?o anterior había abandonado las penosas e incompetentes fuerzas policiales que actuaban en el mundo entero, Ivy, Jenks y yo habíamos puesto en evidencia la división de Cincinnati en repetidas ocasiones, algo que hacíamos con mucho gusto. No eran idiotas, pero yo tenía la capacidad de atraer problemas que me pedían a gritos que los resolviera a base de golpes. Tampoco ayudaba el hecho de que la prensa le hubiera cogido el gusto a publicar todo tipo de cosas sobre mí, aunque solo fuera para aumentar la animadversión de la gente y vender más ejemplares.
Conforme nos acercábamos, Minias se aclaró la garganta y mi madre se detuvo sorprendida. El demonio entrelazó las manos inocentemente y sonrió. Desde el exterior se incrementó el volumen de las conversaciones al ver acercarse las patrullas. Los nervios aumentaron y Jenks se deslizó por debajo de mi bufanda sin soltar el clip. él también estaba temblando, pero yo sabía a ciencia cierta que no era de miedo, sino de frío.
—Haz desaparecer a tu demonio, Rachel. Así podremos ir a tomar un café —dijo mi madre como si estuviera hablando de deshacerse de unas cuantas hadas pesadas en el jardín—. Son casi las seis. Si no nos damos prisa, encon-traremos cola.
La dependienta se apoyó en el mostrador.
—?No podéis iros! ?He llamado a la SI! ?No dejen que se marchen! —gritó a los curiosos. Por fortuna, ninguno de ellos entró—. ?Deberían meteros en la cárcel! ?A todos vosotros! ?Mirad cómo está mi tienda!