—Dos.
Genial. Jenks salió disparado y yo me moví. Tropecé con mi bufanda y lue-go empecé a patalear cuando sentí que alguien agarraba mi pierna. Conseguí zafarme y, tras tirarme de nuevo al suelo, me giré. Era un brazo con una garra amarilla. Me aferré a su hombro y, tras coger impulso con el pie, balanceándolo como un fulcro, lo lancé por encima de mí.
No se oyó ningún estruendo. Quienquiera que fuera se había desvanecido. ?Tres demonios? ?Qué diantre estaba pasando?
Cabreada, me puse en pie y, apenas lo conseguí, una nube borrosa de color rojo justo delante de mí me hizo caer de nuevo. Miré a mi madre. Estaba bien e intentaba zafarse de los brazos de la dependienta, que sufría un ataque de histeria, a salvo en el interior del círculo, con el resto de la tienda destrozada a su alrededor.
—?Has contratado a un poli para que me persiga? —gritó Al—. Buen intento.
Sentí que la presión del aire aumentaba delante de mí, me llevé las manos a los oídos y Al se desvaneció. El demonio rojo que se dirigía directamente hacia él derrapó y se detuvo en seco. Blasfemando violentamente, lanzó por los aires su guada?a con furia. Esta rebanó un estante metálico como si fuera algodón de azúcar y se volcó provocando que la dependienta empezara a sollozar.
Parpadeando y con los ojos gui?ados, me puse en pie y, lentamente, retrocedí. Al hacerlo, oí el ruido de montones de paquetes de hierbas que crujían bajo mis pies. Mierda, pensé; el monstruo se parecía a la muerte teniendo una pataleta y yo di un respingo cuando Jenks aterrizó sobre mi hombro. El pixie blandía un clip estirado forrado de plástico, y eso me dio fuerzas. ?Qué importaba si todavía había dos demonios allí? Con Jenks cubriéndome las espaldas, podía hacer cualquier cosa.
—?Síguelo! —gritó el último maligno, y yo me di la vuelta temiéndome lo peor. Por favor, que no sea Newt. Cualquiera menos Newt.
—?Tú! —exclamé dejando escapar, como una explosión, todo el aire que tenía en los pulmones. Era Minias.
—Sí, yo —gru?ó él, y yo salté cuando el demonio rojo con la guada?a se desvaneció—. ?Maldita sea! ?Por qué demonios no me respondiste?
—?Porque yo no trato con demonios! —le grité. A continuación, como si tuviera alguna autoridad sobre él, apunté con el dedo hacia la ventana y le ordené—: ?Sal inmediatamente de aquí!
El rostro liso e intemporal de Minias se llenó de arrugas por la rabia.
—?Cuidado! —gritó Jenks despegando de mi hombro, pero yo ya iba muy por delante de él. El demonio cruzaba la tienda a grandes zancadas con su toga amarilla y su extra?o sombrero, apartando a patadas hierbas y encantamientos. Yo comencé a caminar hacia atrás intentando guiarme por los gritos de la gente que estaba en la acera y que me servían para calcular cuánto me faltaba para lle-gar al círculo que había dibujado anteriormente. Tenía que estar cerca de donde me encontraba.
Se acercaba en silencio, con mirada asesina, y unos ojos de pupilas rasgadas de un rojo tan oscuro que parecía marrón. A medida que se acercaba, su toga, a medio camino entre la túnica de un jeque y un kimono, se movía sinuosa. Su caminar afectado se dirigía hacia mí y la luz hacía que sus anillos emitieran destellos.
—?Ahora! —gritó Jenks, y yo escapé del alcance del demonio y rodé más allá del círculo de tiza.
Yo estaba fuera y Minias estaba dentro.
—?Rhombus! —exclamé dando un golpe con la mano sobre la tiza. Mi conciencia se extendió para tocar la línea luminosa más cercana. La energía surgió de mi interior, invadiéndome, y yo contuve la respiración con los ojos llorosos conforme fluía libremente en mí, haciendo que mi deseo de un rápido círculo me permitiera llenarme de la extraordinaria fuerza de la energía de la línea luminosa.
Dolía, pero apreté los dientes con fuerza y aguanté hasta que las fuerzas se equipararan en el tiempo que tarda un electrón en girar. Impulsada por la palabra mágica, mi voluntad rescató el recuerdo de horas de práctica fundiendo cinco minutos de estudio y de invocación en un abrir y cerrar de ojos. Yo no era demasiado buena con otras líneas luminosas, pero con esta, con esta podía hacerlo.
—?Maldita seáis, tú y tu madre! —blasfemó Minias. Yo no pude evitar sonreír cuando el bajo de su toga amarilla se detuvo de golpe, agitándose por efecto de la capa de siempre jamás del grosor de una molécula que se alzó para apresarlo en mi círculo.