Pensó que a lo mejor se había metido en un lío por haberse escondido en el armario de la mujer. Así que se quedó allí muy quieta mientras la madre de Emily rodeaba la cama y se sentaba en el borde, alcanzaba el teléfono que había en la mesita de noche y marcaba un número.
—Hola —dijo Ann Slocum sosteniendo el auricular muy cerca de su boca—. ?Puedes hablar? Sí, estoy sola… Vale, pues espero que tengas mejor las mu?ecas… Sí, ponte manga larga hasta que desaparezcan las marcas… Me preguntaste cuándo podría ser la próxima vez… Podría el miércoles, a lo mejor, ?a ti te iría bien? Pero voy a decirte una cosa, tienes que darme más para… gastos y… Espera, tengo otra llamada, vale, hasta luego… ?Diga?
Kelly no se enteró de la mitad de la conversación, porque la se?ora Slocum estaba susurrando todo el rato. Ella escuchaba, conteniendo la respiración, petrificada de miedo por si la descubrían.
—?Por qué llamas a est…? … Tengo el móvil apagado… No, no es buen momento. La ni?a ha invitado a una amiguita… Sí, él está… Pero, mira, ya sabes cómo va esto. Pagas y a… consigues… marcas… un nuevo trato si tienes algo más que ofrecer.
Ann Slocum se detuvo y miró hacia el armario.
De pronto, Kelly tuvo mucho miedo. Una cosa era esconderse en el armario de la madre de una amiga. Eso podría hacer enfadar a la se?ora Slocum. Pero escuchar sus conversaciones privadas, eso sí que podía ponerla furiosa.
Kelly dejó caer los brazos a los lados del cuerpo y los apretó allí rígidos, como un soldado, como si con eso pudiera hacerse mágicamente más delgada, menos visible. La mujer empezó a hablar de nuevo.
—Vale, ?dónde quieres hacerlo?… Sí, lo tengo. Pero no hagas ninguna estupidez… acabar con una bala en el cerebro… Pero ??qué narices…?!
Esta vez, Ann Slocum miraba directamente a la rendija del armario.
—Espera un segundo, hay alguien… ?Qué narices estás haciendo ahí dentro?
Capítulo 5
Estaba sentado tomándome una cerveza, mirando la fotografía enmarcada que tenía en mi escritorio: Sheila y Kelly, hacía dos inviernos, acurrucadas para protegerse del frío, con nieve en las botas y unos mitones de color rosa, las dos a juego. Estaban de pie delante de una exposición de árboles de Navidad, el de la izquierda fue el que finalmente elegimos para llevárnoslo a casa y colocarlo en el salón.
—La llaman ?Borracha? —dije—. Me ha parecido que debías saberlo. —Levanté una mano hacia la foto, rechazando cualquier posible protesta imaginaria—. No quiero oírlo. No quiero oír nada de lo que tengas que decirme, maldita sea.
Di un trago de la botella. Solo era la primera. Iba a necesitar unas cuantas más para llegar hasta donde yo quería.
La casa estaba muy solitaria sin Kelly. Me pregunté si sería capaz de dormir cuando llegara la hora de recogerse. Normalmente acababa levantándome a eso de las dos de la madrugada, bajaba al salón y encendía la tele. Detestaba el momento de subir arriba y acostarme solo en esa cama tan grande.
Sonó el teléfono. Arranqué el auricular de la base.
—Diga.
—Hola, Glen, ?qué tal va todo? —Doug Pinder, mi segundo de a bordo en Garber Contracting.
—Hola.
—?Qué estabas haciendo?
—Pues tomarme una cerveza —dije—. He dejado a Kelly hace un rato en casa de una amiga. Es la primera noche que estoy sin ella desde…, ya sabes.
—Mierda, ?estás solo? —preguntó Doug con entusiasmo—. Deberías hacer algo. Es viernes por la noche. Sal, vive la vida. —Doug era la clase de persona que le habría dicho a la se?ora Custer, una semana después de la última batalla de su marido, que bajara un rato al saloon, se tomara unas cuantas copas y se relajara un rato.
Miré al reloj de la pared. Poco más de las nueve.
—No me apetece. Estoy hecho polvo.
—Venga. Tampoco tenemos por qué salir a ninguna parte. Yo también estoy aquí sentado sin hacer nada. Betsy ha quedado, tengo toda la casa para mí solo, así que súbete a la furgoneta y date una vuelta hasta aquí. A lo mejor podrías alquilar una peli o algo así por el camino. Y trae cerveza.
—?Adónde ha ido Betsy?
—Quién sabe. Nunca pregunto cuando suceden cosas buenas.
—Es que no me apetece, Doug, pero gracias por el ofrecimiento. Creo que voy a terminarme esta cerveza, me tomaré otra, veré un poco la tele y a lo mejor después me iré a la cama.
La verdad era que casi todas las noches retrasaba todo lo que podía el momento de irme a dormir. La cama, más que cualquier otro lugar, era lo que más me recordaba lo mucho que había cambiado mi vida.
—No puedes pasarte la vida lloriqueando, amigo mío.
—No han pasado ni tres semanas.
—Sí, bueno, vaya, supongo que eso no es mucho. Mira, no te lo tomes a mal, Glenny. Ya sé que a veces doy la impresión de ser insensible, pero no es mi intención.
—No pasa nada. Oye, me ha gustado hablar contigo, ya nos veremos el lunes por la ma?a…
—Espera, solo un segundo. Quería habértelo dicho hoy en el trabajo, pero no hemos tenido ni un momento, ?sabes?
—?Qué sucede?
—Vale, ahí voy. Me da mucho reparo preguntarte esto, te lo aseguro, pero ?te acuerdas, hace un mes o así, cuando te pedí que me adelantaras algo?