Puro (Pure #1)

—Tú eras un a?o y medio más peque?a y no muy grande para tu edad. Era demasiado arriesgado medicarte. Te quedaste en Japón, te cuidaban tu padre y su hermana. Yo no podía volver a casa con una cría en brazos: me habrían mandado a un centro de rehabilitación y habría muerto allí mismo. Descubrí los planes de mi marido (la destrucción a escala total) y, cuando supe que estaba cerrándolos, mandé que te trajesen. Tenía que decírselo a mi marido, no tenía alternativa. Se puso hecho una fiera.

?Y hay muchas más cosas, no puedo explicároslas ahora todas, cosas del pasado. Asuntos turbios que sé que son ciertos, cosas que él no quería que yo supiese. No podía vivir en la Cúpula, pero tenía un plan para arrebatarle a los ni?os. Estaba actuando cada vez más rápido, con ese cerebro febril suyo, y sabía que estaba tomando decisiones precipitadas y que tenía un poder inusitado, sin nadie que lo controlase. Tenía que traerme a Pressia conmigo, ponerla a salvo en el búnker. Las cosas se retrasaron por problemas con los pasaportes. Tu tía iba a traerte en avión. Se suponía que las Detonaciones todavía tardarían varias semanas.

?Pero entonces, ese día, tu padre me llamó, Perdiz. Me dijo que había llegado la hora, que iba a ocurrir antes de lo previsto. Quería que fuese con él a la Cúpula, me lo rogó.

?Yo sabía que me decía la verdad. Ya había extra?os patrones de tráfico. La gente a la que habían dado el soplo empezó a entrar. El avión de Pressia por fin llegaba. Le dije que no, y que le dijese a los ni?os que los quería, todos los días; le pedí que me lo prometiese y entonces me colgó el teléfono. Y fui en coche al aeropuerto lo más rápido que pude, aterrada. Tu tía me llamó para decirme que habíais aterrizado. Yo seguía pensando que nos daría tiempo de volver al búnker antes de las bombas. Aparqué y salí corriendo hacia la recogida de equipaje. Te vi a través de la cristalera, al lado de tu tía, tan peque?a y perfecta. ?Mi ni?a! Me tropecé, me caí y cuando estaba a gatas, intentando ponerme de pie, levante la vista y me cegó un fogonazo de luz. El cristal se partió en a?icos y me vi de repente fusionada con la acera, de brazos y piernas. Había gente que sabía adónde había ido y me buscaron. Cuatro torniquetes, una sierra… Me salvaron y, fuera de todo pronóstico, sobreviví.

—?Sabías que yo había sobrevivido? —le pregunta Pressia.

—Tenías un chip. A todo el que entraba en el país le ponían un chip antes de llegar.

?Después de los bombardeos nos quedamos con un equipo poco preciso. Veíamos los chips moverse en la pantalla pero no muy bien. Cuando localizamos el tuyo, utilicé la información del escáner retinal que tu padre me había mandado desde Japón. Como estaba en uno de los ordenadores resistentes a la radiación, había sobrevivido con da?os mínimos. También tenía escáneres de los chicos. Construí unos peque?os mensajeros alados, nuestras cigarras. Las mandé al exterior con los datos de tu ubicación, y les puse también un chip. Lo malo es que solían destruirlas antes de llegar a su destino… hasta que una lo consiguió.

—Si tenía un chip y sabías dónde estaba, ?por qué no mandaste a nadie a por mí para traerme aquí?

—Aquí las cosas eran un desastre. El confinamiento, las enfermedades, las hostilidades… ?Cómo iba a cuidar de ti en mi estado? No podía ni cogerte en brazos. —Alza la prótesis del brazo y le se?ala una de las pantallas, donde hay un mapa que Pressia reconoce: el mercado, los escombrales, la barbería…—. Por otra parte el chip era un puntito en la pantalla, al igual que la cigarra, siempre cerca de ti. A veces los dos puntitos estaban tan pegados que no había otra explicación, la tenías en la mano. Y tu puntito empezó a contar una historia: estaba quieto por la noche, siempre en el mismo sitio a la misma hora, se levantaba y estaba activo. Vagaba un poco y volvía al mismo punto, a su hogar. Era la historia de una ni?a a la que cuidaban, una ni?a con una rutina, y sana, que estaba mejor donde estaba. No has vivido tan mal, ?verdad? Alguien te cuidó y te dio amor, ?no?

Pressia asiente y dice, con las lágrimas rodándole por las mejillas: —Sí, alguien me cuidó y me dio amor.

—Y entonces hace unos días tu puntito se fue y no volvió. Habías cumplido los dieciséis y me preocupé por la ORS. Al mismo tiempo oí los rumores sobre un puro y luego regresó la vieja cigarra de la primera bandada, la tuya. —Abre un cajón de debajo del equipo informático. Despide calor porque es una incubadora, y allí, sobre un pedacito de tela, está Freedle—. No traía ningún mensaje. Pensé que tal vez no fuese más que una casualidad pero, con todo lo que estaba ocurriendo al mismo tiempo, tenía la esperanza de que fuese una se?al.

—Freedle. ?Está bien?

—Cansado del viaje, pero se recupera bien. Está ya viejo pero alguien se ha dedicado a cuidar muy bien todos sus delicados engranajes.

Freedle ladea la cabeza y bate un ala con varios ruidillos metálicos.

—Eso intenté —dice Pressia pasándole un dedo por el lomo—. No puedo creer que haya logrado llegar hasta aquí. El abuelo… —Se le atragantan las palabras—. Ya no está. Pero seguro que lo soltó él.

—Deberías dejarlo aquí —sugiere Perdiz—. Freedle estará más seguro.

Pressia no sabe muy bien por qué pero ese peque?o detalle, que Freedle esté vivo, la llena de una extra?a sensación de esperanza.

—Pressia —le dice Aribelle—, creo que tengo que decir unas cosas que la Cúpula no puede oír.

—Esperaré en el pasillo. —Pressia se vuelve hacia Perdiz y le tira de la manga—. Avísala —le susurra—. Sedge ya no es el ni?o que recuerda.

—Lo sé.

Pressia le da un beso a su madre en la mejilla.

—No tardaremos —le promete esta.





Perdiz


Cygnus

—No la tienes, ?verdad? —le pregunta Perdiz.

—?La cura para la degeneración rauda de células? —Sacude la cabeza—. No. Sospechábamos de tu padre, supusimos que ya no pensaba como nosotros, que era peligroso.

—?Cómo lo sabías?

—Me traicionó.

—?Y no lo traicionaste tú a él? —responde Perdiz con una rapidez que le sorprende a él mismo.

La madre lo mira un instante y le dice: —Es cierto. Pero él no era la persona que decía ser.

—No siempre se puede ser quien se desea. —Lo ha dicho pensando en Sedge. ?Podrá volver a ser normal? ?Podrá salvarlo su madre?

—Escúchame, hay cosas que has de saber. Tu padre se sometió a potenciación cerebral antes de que se probase del todo, cuando era todavía muy joven. —Se queda mirando el suelo—. Para cuando las Detonaciones llegaron, su cerebro estaba en potenciación máxima. Decía que tenía que fortalecerlo para poder dar vida a ese nuevo mundo de humanos merecedores del paraíso… al Nuevo Edén. No lo veía mucho; me contó que había dejado de dormir, que solo pensaba. La mente le bullía y las sinapsis le estaban quemando el cerebro, un minúsculo incendio tras otro. Aun así pensaba…

—?El qué?

—Que la Cúpula no era solo un trabajo. Llevaba obsesionado con ella toda la vida. Tenías que haberlo oído dar charlas sobre culturas antiguas cuando tenía diecinueve a?os… Se veía a sí mismo en la cima del pináculo de la civilización humana. Y sabía que el aumento cerebral al que se había sometido acabaría pasándole factura. Pero creía poder encontrar una forma de remediarlo y que, cuando la consiguiera, viviría para siempre.