Puro (Pure #1)

—La granja. Tenemos que ir al otro lado de este cerro.

—?Cómo puede haber una granja aquí? —pregunta Perdiz casi sin fuerza en la voz.

Pressia se acuerda de la mujer de Ingership, y de lo que le dijo en la cocina: que la pondría al abrigo del peligro.

—Tienen ostras, huevos, limonada, unas cerraduras de goma automáticas para que no entre el polvo, una lámpara de ara?a preciosa en el comedor y sembrados regados por braceros —dice intentando explicarlo pero, mientras lo hace, se pregunta si se ha vuelto loca.

Ve la cara de su madre, el beso que le da a su hijo mayor. Al apretar el gatillo su madre ha muerto. Y pasa una y otra vez, a cámara lenta, en la mente de Pressia. La chica se echa hacia delante y cierra y abre los ojos para volver a cerrarlos de nuevo. Cada vez que los abre la cara de mu?eca la está mirando. Así fue como su madre la reconoció: por los ojos que parpadeaban, las pesta?as de plástico, la naricita y el agujerito en medio de los labios.

Los terrones se alzan una vez más, aunque en menor cantidad, pues la tierra allí da paso a algo de hierba que ha arraigado. Aun así, se yerguen y los rodean. Il Capitano atropella a uno y los demás salen repelidos hacia atrás.

Bradwell grita que ha visto algo:

—No es un terrón. Es de las Fuerzas Especiales.

Van pegados a la falda del monte, y de repente el soldado salta desde un saledizo y aterriza con un gran porrazo sobre el techo del coche. Pressia mira hacia arriba y ve las abolladuras que han dejado las botas.

Bradwell coge el rifle que está en el suelo al lado de los pies de Il Capitano, lo amartilla, lo apunta hacia arriba y dispara practicando un agujero en el metal. El proyectil perfora la pierna del soldado, que se revuelve contra el techo pero no se cae.

Il Capitano intenta vapulearlo girando bruscamente el volante de izquierda a derecha, pero no funciona. El soldado aparece por la ventanilla de atrás y rompe el cristal de una patada con la pierna buena; se cuela en segundos por el agujero y coge a Perdiz por la garganta, pero este tiene un gancho de carne y su insólita velocidad. Rodea el ancho pecho de su contrincante y le clava el gancho entre los omoplatos.

El soldado deja escapar un gemido gutural, se suelta de donde estaba cogido y Perdiz vuelve a su asiento. Con todo, sigue agarrado al coche y con la mano libre se tantea la espalda en un intento por quitarse el gancho. Bradwell baja la ventanilla, saca la mitad del cuerpo fuera del coche y vuelve a amartillar el arma, pero, antes de poder disparar, el soldado lo ve, se abalanza sobre él y lo saca del coche. Aterrizan los dos en el suelo y salen rodando hasta detenerse.

Pressia quiere gritar: ?Bradwell no?. No puede perder a más gente, no lo permitirá. No más muertes. Echa mano de la manija pero la puerta está cerrada:

—?Abre! —chilla.

—?No! —le dice Il Capitano—. ?No puedes ayudarlo, es demasiado peligroso!

La chica golpea la cabeza de mu?eca contra la puerta.

—?Dejadme salir!

Perdiz se incorpora en su asiento y le coge las manos para tirar de ella.

—?No, Pressia!

—Usa la pistola. ?Apunta bien! —exclama Lyda.

Pressia coge el arma y saca medio cuerpo por la ventanilla.

Il Capitano gira en redondo para que tenga mejor línea de fuego.

—Atenta cuando se separen. Puede que solo tengas una oportunidad.

El soldado intenta ponerse de pie pero tiene desgarrados los músculos de la pierna y además se retuerce por el dolor del gancho clavado en la espalda. Tiene a Bradwell cogido por el cuello pero el chico le pega puntapiés en la herida, le pega un codazo en la barriga y consigue ponerse en pie.

Atraídos por la sangre del soldado, se ha formado un corro de terrones a su alrededor, como buitres, pero acechando desde abajo. Surgen penachos de tierra que entorpecen la visión. Bradwell patea la barriga del soldado pero este lo agarra y lo lanza. El chico se da un buen golpe en el aterrizaje y acaba delante de un terrón. Retrocede como puede. Mientras, el soldado parece estar evaluando los da?os de su pierna.

Bradwell coge el gancho de carne y se lo retuerce en la espalda al soldado. Al soltarlo, el chico se cae hacia atrás por la inercia.

Pressia respira, suelta la mitad del aire y dispara.

El soldado se gira y cae al suelo.

Bradwell se levanta y, de un movimiento rápido —con los pájaros convertidos en un borrón frenético de alas—, corta al terrón en dos con el gancho. ?Es hermoso —piensa Pressia—, con sus hombros heridos, como si lo hubieran armado caballero con dos tajos, la mandíbula marcada, los ojos relampagueantes.?

Il Capitano detiene el coche al lado de Bradwell y abre el pestillo, aunque Pressia ya está saliendo por la ventanilla. Agarra a Bradwell para ayudarlo a subirse, abre la puerta y ambos entran. La chica cierra nada más subir y entonces mira a Bradwell y alarga la mano para tocarle un corte que tiene en el labio inferior.

—No te mueras. Prométemelo.

Il Capitano mete la marcha y acelera.

—Te prometo que lo intentaré —le dice el chico.

Mira por la luna trasera del coche y ve que hay más terrones rodeando al soldado. Uno se eleva y se retuerce hacia atrás como una cobra. En cuestión de segundos el soldado desaparece tragado por la tierra.

Bradwell levanta la mano y la deja caer por el pelo de Pressia, que le echa los brazos encima y se queda oyendo el latido de su corazón con los ojos bien cerrados. Imagina quedarse así para siempre, y dejar que todo lo demás se diluya.

Al poco tiempo Bradwell le anuncia:

—Hemos llegado.

Pressia levanta entonces la cabeza justo cuando doblan un recodo y aparecen los sembrados de cereal y, luego, el largo camino que termina en los escalones del porche de la granja amarilla. Por un momento se imagina que han llegado a su propia casa.

Pero conforme se acercan ve algo peque?o ondeando en una de las ventanas —parece una especie de banderola—, una toalla de mano con una raya rojo sangre en el medio. La chica se echa la mano al bolsillo y allí está la tarjeta que le dio la mujer de Ingership en la cocina, la se?al. ?Qué significa? ?Tú tienes que salvarme.? ?No es eso lo que le dijo la mujer?





Perdiz


Pacto