Alice no pudo evitar levantar las cejas, sorprendida.
—Pero... ?no vas a decirme nada más?
—Voy a hacer como que no he oído nada de todo lo que me has contado y me iré a dormir muy tranquilo sabiendo que, en el remoto caso de que unos alumnos salieran de noche para ver un cometa, nadie los descubriría y no tendría que preocuparme por ello. ?Está claro?
Alice sonrió un poco y asintió con la cabeza.
—Bien —murmuró Rhett—. Ahora, sigue recogiendo y hagamos como si esto no hubiese pasado para que yo vuelva a ser el amargado de siempre.
Vale, quizá Rhett no fuera tan malo, después de todo.
De hecho, Alice casi se sintió mal cuando llegaron los demás. El instructor le había parecido incluso simpático por un momento, pero se había vuelto a poner la máscara de idiota en el instante en que habían dejado de estar solos.
En cuanto la clase estuvo lista para empezar, Jake se acercó rápidamente a Alice.
—?Para qué quería hablar contigo? —preguntó curioso—. Me he tenido que comer tu plato para que no se enfriara.
—Me ha... ense?ado a disparar una escopeta.
—?De veras? —Su rostro reflejó sorpresa y entusiasmo a partes iguales—. Qué pasada, ?yo también quiero!
—Pero me gusta más esta pistolita —Alice apuntó al mu?eco—. Es más fácil de usar.
—Peeero ?la escopeta es mucho mejor!
—Y pesa más. No es que tenga los mejores brazos del mundo para sujetarla.
Jake se echó a reír cuando ella movió los bracitos flacuchos.
—Vaya par de fideos. —El chico sacudió sus brazos regordetes—. Yo tengo brazotes de mamut.
Alice se rio a carcajadas. Nunca había reído de esa manera tan generosa, y fue extra?amente agradable. Jake también se reía cuando volvió a hablar.
—Y Trisha tiene brazos de...
—?Se puede saber por qué se os oye parloteando y no disparando? —preguntó Rhett al pasar por detrás de ellos.
Los dos dieron un respingo, se callaron al instante y volvieron rápidamente a la práctica.
*
Era la una de la madrugada. Alice todavía no había cerrado los ojos, estaba demasiado excitada para dormirse. Jake se levantó lentamente, sin hacer ruido. Le dio un codazo para avisarla y ella tocó el brazo de Dean con el pie. Saud estaba ya despierto. Se aseguraron de que el resto dormía y salieron de puntillas, con las botas en la mano. Alice fue la más rápida en atárselas, por lo que terminó yendo en primer lugar. Bajaron la escalera hasta llegar a la planta baja, que estaba vacía, y salieron del edificio asegurándose de que nadie los veía.
—Vayamos a la casa abandonada —sugirió Dean.
Saud lideró el grupo y los guio por las calles de la ciudad. Alice advirtió unos cuantos guardias en las torres de vigilancia, pero ni siquiera miraban las calles, sino al muro, al exterior. Fue sencillo cruzar la ciudad hasta llegar a la casa abandonada, que era una peque?a vivienda completamente vacía, pues no contenía un solo mueble. Los cuatro se tumbaron en el suelo de la terraza, ya que así no se los veía, y miraron al cielo.
—?A qué hora pasa? —preguntó Jake.
—En unos minutos, creo —Saud observó el cielo con atención—. No dejéis de mirar. Podría ser en cualquier momento.
—No me puedo creer que lo hayamos hecho —sonrió Dean entusiasmado—. ?Hemos llegado aquí sin que nos pillaran!
—Lo sé. —Sonrió Jake a su vez—. Somos los mejores.
—No lo creo —bromeó Saud.
—Yo tampoco.
Los cuatro se incorporaron de golpe. Trisha estaba de pie en la puerta de la terraza. Alice habría reconocido esa cabeza rubia y esa mirada afilada en cualquier parte.
—Os vais a meter en un buen lío —dijo, como si la idea le pareciese maravillosa.
—No se lo cuentes a los guardianes —suplicó Jake enseguida.
—?Y por qué no debería hacerlo? Es mi responsabilidad.
—No lo hagas —le rogó Dean—. Haremos lo que quieras.
—Así me gusta —Saud puso los ojos en blanco—, el orgullo siempre por delante de todo.
Trisha, mientras tanto, los observaba con perspicacia.
—?Qué hacéis aquí?
—Queremos ver un cometa —le dijo Alice, y la chica le dirigió una mirada acerada—. Estábamos esperando a que pasara.
—?Os habéis expuesto a un castigo de gravedad por un maldito cometa?
—Son bonitos. —Dean enrojeció hasta las orejas.
—Mi pu?o en tu cara también sería bonito, pero no por eso lo pongo ahí —sonrió ella, y luego miró a Alice—. Tú, apártate.
Esta se hizo a un lado y Trisha se tumbó en el hueco que había dejado, mirando el cielo con el ce?o fruncido, como si también estuviera enfadada con él.
Jake y Alice intercambiaron una mirada confusa, pero ninguno de los dos se atrevió a quejarse. De hecho, estuvieron casi cinco minutos sumidos en el más absoluto e incómodo de los silencios, con la vista hacia arriba. Al final, Trisha resopló.
—?Vamos a esperar toda la noche o qué?
—Pasará de un momento a otro —protestó Saud.
—?Y eso quién lo asegura?
—Yo.
—Pues menuda confianza me das.
—?Esperad! —Dean se?aló al cielo—. Mirad, ?ahí!
Alice entrecerró los ojos y vio una peque?a luz blanca que se movía lentamente por el firmamento. Al principio, parecía una estrella cualquiera entre las nubes negras, pero luego percibió que era bastante más alargada y que se movía con cierta rapidez. Era fascinante. Se quedaron mirándola embobados, con los ojos muy abiertos y sin apenas parpadear durante el poco rato que fue visible. Entonces, se perdió entre las nubes de contaminación y no volvió a aparecer.
—Qué bonito —murmuró Alice, sin poder contenerse.
—Os dije que pasaría. —Saud se puso de pie, muy orgulloso.
—Sí, sí. —Trisha también se levantó—. Ahora, me iré a dormir antes de que me pillen con vosotros, pringados.
Dijera lo que dijese, Alice estaba segura de que la había visto sonreír.
9
La preciosidad
de la vida