—Fue una equivocación comprensible. —Ivy echó la cabeza hacia atrás con un movimiento lánguido que dejó ver su largo cuello. No tenía ninguna cicatriz en él—. Podría haberle pasado a cualquiera.
A cualquiera menos a ella, pensé con amargura.
—?Ah sí? —dije en voz alta, acercándole el bloody mary—. Bueno, dime si ves a mi objetivo —dije haciendo sonar los amuletos que llevaba en las esposas, tocando el trébol tallado en madera de olivo.
Sus finos dedos rodearon el vaso como si lo acariciasen. Esos mismos dedos podrían romperme la mu?eca si se lo propusiera. Tendría que esperar a estar muerta para tener la fuerza suficiente para quebrarla sin inmutarse. Aun así seguía siendo mucho más fuerte que yo. La mitad de la bebida roja descendió por su garganta.
—?Desde cuando le interesa a la SI un leprechaun? —preguntó observando el resto de mis amuletos.
—Desde la última vez que al jefe se le cruzaron los cables.
Se encogió de hombros y se sacó su crucifijo de debajo de la blusa para mordisquear provocativamente la cadena. Sus colmillos eran afilados, como los de un gato, pero no eran más grandes que los míos. La versión aumentada le saldría cuando muriese. Aparté la vista de sus dientes para fijarme en la cruz. Era tan larga como mi mano y estaba hecha de plata bellamente trabajada. Ivy había empezado a llevarla recientemente para irritar a su madre. No se llevaban precisamente bien.
Busqué con los dedos la diminuta cruz de mis esposas pensando que debía de ser duro que tu madre estuviese no muerta. Yo solo había conocido a unos pocos vampiros muertos. Los muy viejos eran muy reservados y los más recientes solían atraer a las estacas, a no ser que aprendiesen a ser más reservados.
Los vampiros muertos no tenían conciencia alguna, eran la pura encarnación de los instintos más implacables. La única razón por la que seguían las reglas de la sociedad era porque para ellos resultaba como un juego. Y los vampiros muertos sabían mucho de reglas. Su existencia dependía de reglas que, de ser incumplidas, producían la muerte o el sufrimiento. La regla más importante, por supuesto, era no exponerse al sol. Necesitaban sangre fresca a diario para mantenerse sanos. Les valía la sangre de cualquiera y el acto de arrebatársela a los vivos era el único placer del que disfrutaban. Además eran muy poderosos, con una fuerza y resistencia increíbles. También poseían la habilidad de sanar con una rapidez sobrehumana. Era muy difícil destruirlos, salvo mediante la consabida decapitación o clavándoles una estaca en el corazón.
A cambio de sus almas tenían el don de la inmortalidad. También venía acompa?ado de la pérdida de la conciencia. Los vampiros más viejos decían que era la mejor parte: la capacidad de saciar todas sus necesidades carnales sin sentir la culpa cuando alguien moría para proporcionarte placer y mantenerte sano un día más.
Ivy poseía ambas cosas: el virus vampírico y un alma. Estaba atrapada entre ambos mundos hasta su muerte, cuando se convertiría en una verdadera no muerta. Aunque no fuese tan poderosa o peligrosa como un vampiro muerto, la capacidad de soportar el sol y poder profesar un culto sin sufrir dolor le habían granjeado la envidia de sus hermanos.
Los eslabones de metal de la cadena que Ivy llevaba al cuello tintineaban rítmicamente contra sus dientes perlados mientras yo ignoraba sus sensuales gestos con una nada improvisada compostura. Me gustaba más cuando era de día y demostraba un mayor control sobre su naturaleza depredadora sexual.
Mi pixie volvió y aterrizó en la flor artificial colocada en un jarrón lleno de colillas.
—?Dios mío! —exclamó Ivy dejando caer su cruz—. ?Un pixie? Denon debe de estar muy cabreado.
Las alas de Jenks se congelaron un instante antes de volver a convertirse en un torbellino.
—?Piérdete, Tamwood! —dijo con voz estridente—. ?Qué te crees, que las hadas son las únicas con buen olfato?
Hice un gesto de dolor cuando Jenks aterrizó con fuerza en mi pendiente.
—Solo lo mejor de lo mejor para la se?orita Rachel —dije con ironía. Ivy se rió, haciendo que se me erizase el pelo de la nuca. A?oraba el prestigio que me daba trabajar con ella, pero seguía poniéndome de los nervios—. Puedo volver más tarde si crees que te fastidio tu misión —a?adí.