—Te queda muy bien. Estás preciosa. ?Vas a usarla esta noche?
—Sí. Ah, Edna —sonrió a la joven y guapa doncella—. ?Tienes alguna noticia sobre los huéspedes que acaban de llegar?
—Así es, mi se?ora. Al grande lo llaman el Demonio Rojo. Son conocidos como el Demonio Rojo y su banda de bastardos.
—Parece un sobrenombre bastante cruel —dijo Gytha frunciendo el ce?o.
—Pero es adecuado. Describe bien su comportamiento. El hombre tiene ese extra?o color rojizo, y dicen que es un demonio en el campo de batalla. La mayoría de sus soldados son bastardos, hijos naturales de se?ores de alcurnia, que recibieron buena educación y buen entrenamiento pero no tienen dinero ni tierras. Así que cabalgan con el Demonio Rojo y venden los servicios de su espada, como su jefe. Dicen los rumores que su mera presencia es suficiente para poner fin a una batalla. El enemigo huye de él o se rinde de inmediato.
—Es un pensamiento agradable, pero no creo que las rendiciones instantáneas le hayan causado al Demonio Rojo todas las cicatrices que muestra —dijo Gytha arrastrando las palabras—. ?Y qué más sabes de él?
—Es un Saitun, creo. Soltero, sin tierras ni tesoro, pero rico en honor. De todas formas, tampoco es pobre, según los rumores.
Margaret sacudió la cabeza.
—No deberías pedirle que se entere de esas cosas. No está bien que fisgonee y espíe.
—De todas maneras lo haría, sin necesidad de que yo se lo pidiese. Así que, ?por qué no sacar provecho? ?Y qué sabes del hombre que cabalga a la derecha del Demonio Rojo, Edna? —a?adió, dirigiéndose a la criada.
—?Gytha! —gru?ó Margaret, fracasando en su intento de evitar ruborizarse. Su prima le hizo un gui?o.
—Vamos, Margaret, admite que tienes curiosidad. ?Y bien, Edna? ?Sabes algo de él?
Los oscuros ojos de Edna se agrandaron con aire enso?ador.
—Ah, qué hombre. Qué sonrisa tan bella.
—?Qué te parece? —gru?ó Margaret—. Apenas acaba de llegar y ya le ha echado el ojo a las doncellas.
No le resultó fácil, pero Gytha contuvo la risa.
—?Eso es todo lo que sabes, Edna? ?Que te gusta su sonrisa?
—No. También sé que es soltero. La verdad es que creo que ninguno de los hombres del grupo tiene mujer. Y sé que se llama Roger, sir Roger, lo que quiere decir que es un caballero.
—Gracias, Edna. Vamos a necesitar agua para ba?arnos, encárgate de que la traigan, por favor —cuando Edna se fue, Gytha se volvió hacia su prima y sonrió—. Ya lo sabes, Margaret, el hombre es soltero.
—Sí, y también sé que es un coqueto. O mejor dicho, debe de ser un sinvergüenza lujurioso.
Gytha chasqueó la lengua en se?al de reprobación y puso cara de congoja.
—No deberías juzgarlo tan duramente sólo porque le ha sonreído a una doncella. Me temo que tienes un corazón demasiado duro, prima.
—Pobre prima mía. Deja de pincharme, pues no va a funcionar esta vez. Sí, es un hombre apuesto, y es cierto que mi corazón late de manera extra?a cuando lo miro. Pero es mejor para mí no pensar en él. Es un hombre sin tierras, tal vez pobre. Si alguna vez busca una esposa, tratará de mejorar, no se fijará en alguien que esté en su mismo escalón social.
Gytha sintió que se le ensombrecía el ánimo. No había nada que pudiera argumentar contra aquella triste verdad. Su prima tenía razón. Además, la veía tan firme en su decisión, que aunque encontrara algún argumento favorable al compa?ero del Demonio Rojo sería mejor no decir nada. Se dio cuenta de que no le haría ningún bien a Margaret dándole esperanzas que después podían resultar infundadas. Si un caballero podía obtener por el matrimonio lo que le había sido negado por su calidad de bastardo, es decir, tierras y dinero, por supuesto que lo haría. A la hora de casarse, la conveniencia se impondría a cualquier emoción. El dinero y la propiedad siempre prevalecerían sobre el amor. Esa era una realidad de la vida que Gytha no podía negar. Lo más que podía hacer era lamentarlo.