Se puso aún más sombría cuando se vio forzada a admitir que esa verdad era el factor determinante de su propio matrimonio. Se sentía segura bajo la amorosa protección de su padre. Sin embargo, cuando éste tuvo que decidir sobre el matrimonio de su hija, no pensó ni un segundo en el corazón de ella. Sólo tomó en consideración el linaje del futuro marido, sus propiedades y la cantidad de dinero que tenía. Sólo se preocupó de asegurarle un buen lugar donde no le faltase de nada y la cuidaran. En ningún momento se detuvo a pensar en los caprichos del amor. Si ella se hubiera atrevido a sugerir alguna vez otro tipo de arreglo, sin duda su padre habría pensado que estaba loca. Y casi todos los demás habrían compartido esa opinión.
La muchacha procuró serenarse. Hasta cierto punto, le preocupaba su futuro emocional, pero no era, ni mucho menos, la mayor de sus preocupaciones. Sus padres acabaron encontrando el amor, pese a casarse por conveniencia, de modo que ella tenía muchas posibilidades de que le ocurriera lo mismo con su marido. Pero si el amor pasaba de largo, por lo menos tendría el bienestar a su alcance. Se dijo severamente que eso debería bastarle.
El regreso de Edna sacó a Gytha de sus oscuras cavilaciones. Reanimada, empezó a prepararse para las celebraciones de la noche. Casi todos los invitados a la boda habían llegado ya, así que prometía ser una fiesta muy alegre y movida. Trató de recuperar su habitual temperamento festivo; los invitados esperarían ver a una novia sonriente.
—?Estás asustada por lo que te espera? —Margaret le hizo la pregunta con un poco de timidez, mientras se ayudaban a vestirse mutuamente.
—Un poco. Mi temor más grande es acabar odiando la obligación de calentar la cama de mi marido.
—No sería para tanto. Se supone que una dama no disfruta con ello. Pero ?qué es lo que piensas que podrías llegar a considerar repulsivo? No te entiendo.
—No estoy segura. Ya te lo dije: mamá no fue muy precisa.
—Pero algo aprenderías, algo sacarías en claro de tu charla con ella.
—Cómo te lo diría… Está relacionado con lo que tienen los hombres entre las piernas. Robert me hará algo con eso. También tiene que ver con lo que yo tengo entre mis piernas. Pero lo que no logré discernir es cómo se conectan ambas partes —Gytha frunció el ce?o, luego miró a Edna, que estaba haciendo todo lo posible por ahogar la risa—. Tal vez Edna pueda aclararnos las cosas.
Edna se atragantó y dejó de reírse, entonces se dirigió con prisa evidente hacia la puerta.
—Ay, no, mi se?ora. No es mi función.
Moviéndose con rapidez, Gytha llegó a la puerta antes que ella y le cortó el paso con el cuerpo.
—Edna, ?vas a dejar que llegue a mi cama matrimonial sumida en la ignorancia? No le diré a nadie que fuiste tú quien me habló de ello. Todo el mundo pensará que mamá fue más coherente de lo que realmente fue.
—Me temo que, para hablar de ese tema, sólo conozco palabras groseras no aptas para sus oídos.
—Mis oídos sobrevivirán. Edna, es mejor que hables; no vas a salir de esta habitación hasta que lo hagas. ?No crees que lo mejor para todos es que yo esté al tanto del asunto?
Después de un momento de angustiada reflexión, Edna asintió. Entre titubeos y repentinos rubores, la doncella contó a su se?ora, con crudeza y precisión, lo que iba a suceder en su noche de bodas. Cuando terminó, Gytha le dio las gracias casi murmurando, y luego dejó que se fuera. Después de cerrar la puerta detrás de Edna, la muchacha se pegó contra la pesada madera.
—Pues bien, ya he dejado de ser una ignorante.
—?Lo temes más ahora?
—No estoy segura, Margaret. En cierto sentido me siento aliviada —suspiró y sacudió la cabeza—. Por lo menos ahora sé lo que va a pasar. Pero sí hay algo a lo que temo, ahora que lo pienso.
—?Y qué es?
—Que empiece a pensar demasiado en cómo será la primera vez que haga el amor con Robert.
Capítulo 2
—?Por la sangre de Cristo! ?Te dije que el Demonio Rojo era demasiado buen caballero como para que algún francés lo hubiera dado de baja!
Gytha maldijo por lo bajo cuando se vio obligada a detenerse de una manera tan abrupta que la hizo tambalearse. Se dijo que había sido culpa suya. Si no hubiera estado mirando tan intensamente al Demonio Rojo, que había entrado en el vestíbulo apenas unos pasos por delante de ella, Robert y Margaret, se habría dado cuenta de que sus escoltas se habían detenido. Hizo una mueca cuando sintió que Robert le apretaba el brazo. Bajó la mirada y, frunciendo el ce?o, vio la mano, blanca de tanto apretar alrededor de su brazo. Mientras trataba de soltarse, levantó la mirada y frunció el ce?o aún más.
La delgada cara de Robert estaba blanca como la leche. Sus ojos color avellana estaban tan abiertos que parecían sobresalir ligeramente de su rostro. Peque?as gotas de sudor empezaron a brotarle en la frente. Gytha siguió la mirada aterrorizada del hombre y se dio cuenta de que estaba mirando al Demonio Rojo. Puesto que no parecía que hubiera nada amenazador en aquel caballero, la joven se sintió desconcertada. No comprendía por qué Robert parecía a punto de quedarse paralizado por el miedo.
Thayer miró al hombre que acababa de hablar. Lo reconoció. Le había visto varias veces y había luchado junto a él, hombro con hombro, en alguna batalla. Entonces caminó hacia él, para intentar averiguar de dónde había salido una aseveración tan extra?a.
—?Creías que me habían asesinado en Francia? —el interpelado asintió—. ?Dónde escuchaste tal fábula?