Asiente.
—Está muriendo gente por su culpa, por culpa de lo que tú le hiciste a ella. Eres un cabrón, ?sabes? Y el resto del mundo también lo sabrá porque tuviste la amabilidad de sacar fotos que lo demostraran. Van a saber que eres un violador de la peor cala?a. ?Sabes? He pasado un tiempo en la cárcel, yo sé lo que se siente ahí dentro, pero en tu caso… bueno, hay un lugar especial en la cárcel para la gente como tú. Los meses que yo pasé ahí dentro parecerán unas vacaciones comparados con el tiempo que pasarás tú. Ayúdame con lo de Natalie y tal vez podamos hacer algo al respecto. Tal vez no tengas que pasar el resto de tus días sentado sobre una bolsa de hielo para reducir la inflamación.
Levanta un poco una mano y se?ala que quiere escribir algo. Su respiración pasa por el tubo de plástico del bolígrafo acompa?ada por un silbido apagado. Encuentro la mina del bolígrafo que estaba dentro del tubo y se la doy junto al cuaderno de crucigramas. Lo orienta hacia sí y escribe algo antes de volver a dejar el boli. Recojo el cuaderno.
Ha escrito una sola palabra en el margen: ?jódete?. Lo miro y sonríe. Luego agarra el tubo de plástico y tira de él.
La sonrisa permanece en el rostro de Cooper diez segundos. Ha tomado las riendas de la situación, de su destino, de las consecuencias. Está evitando la cárcel, la responsabilidad, el circo mediático. Prefiere la muerte a la humillación de enfrentarse a los que son como él. En sus ojos veo que lo tiene muy claro. Le gusta la decisión que ha tomado. Pero pronto la sonrisa titubea en las comisuras de sus labios. Empieza a ponerse morado de nuevo, tiene la frente empapada en sudor. Está venciendo al sistema, pero ya no parece gustarle tanto la decisión que ha tomado. Cuando han pasado ya veinte segundos, la sonrisa ha desaparecido del todo. Empieza a buscar a ciegas el tubito de plástico. Lo levanta hasta su garganta, consigue acercar la punta al corte, pero no consigue meterlo, hay demasiada sangre y no consigue introducirlo con el ángulo correcto. Le resbala por los bordes de la herida y en la mano y mientras intenta abrirse el agujero con los dedos se le cae el tubo, que rueda por el suelo hasta llegar a mí.
Treinta segundos y sus ojos me suplican clemencia. Intenta pedirme ayuda, pero todo es en vano, no consigue más que articular la palabra sin sonido una y otra vez.
?Ayuda.?
Subrayo el mensaje que me ha escrito y le lanzo el cuaderno de crucigramas sobre el regazo. Lo mira y luego vuelve a levantar los ojos hacia mí. Han pasado ya cuarenta segundos y jamás había visto tanto pánico en los ojos de una persona.
Cuesta mirarlo.
De hecho, no quiero verlo.
Y no tengo por qué hacerlo.
Me agacho y recojo el tubo de plástico. Me lo meto en el bolsillo y salgo de la habitación. Bajo al vestíbulo y dejo atrás a Adrian, a la mujer muerta, dejo atrás los muebles antiguos y el calendario viejo para salir por la puerta de atrás, lejos de los sonidos de asfixia que proceden del dormitorio. Una vez fuera rodeo la casa andando. La pistola está bajo la ventana del dormitorio, en el jardín. La recojo y me la meto en el bolsillo. Miro por la ventana. Cooper ya no se mueve. Yo no lo he matado, podría haberlo salvado, pero me siento bien de no haberlo hecho. Tiro el tubo de plástico por la ventana, hacia dentro. No quiero tener que explicarle a Schroder cómo había acabado en mi bolsillo. Va a parar bajo el cuerpo de Cooper pero este no se mueve para recogerlo.
Emma Green está de pie en el camino de entrada. Lleva puesta una camisa de franela y unos vaqueros. Todavía tiene la palanca en la mano. Me detengo a diez metros de ella porque parece dispuesta a sacudir al primero que se le ponga a tiro. No la suelta ni siquiera cuando los coches de policía se detienen en el camino de entrada y Schroder, junto con el resto de agentes, sale del coche y se le acercan.
Donovan Green va tras ellos, con una mujer en el asiento del pasajero que debe de ser Hillary, su esposa. Emma reconoce el coche, suelta la palanca y corre hacia ellos. Antes incluso de que él pueda detener el coche, la madre de Emma ya ha abierto la puerta y tiene los pies fuera, salta en marcha y está a punto de caerse. Donovan deja el motor en marcha y ninguno de ellos me mira, padre y madre no tienen ojos más que para su hija. Sonrío mientras contemplo cómo se dan el abrazo más fuerte de sus vidas y Schroder se dirige hacia mí. Va armado, igual que los hombres que llegan con él. Se acercan a la casa con cuidado.
—?Adrian? —pregunta.
—Muerto —respondo.
—?Cooper?
—Igual.
—Dios —dice—. Cuéntame qué ha ocurrido.
Y se lo cuento mientras observamos cómo Emma y su familia siguen abrazándose mientras el sol de Christchurch sigue intentando incendiar los campos que hay a nuestro alrededor.
Epílogo
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel