El coleccionista

Entonces, ?por qué no he encontrado también a Emma Green muerta en el suelo?

Oigo un ruido, como un disparo amortiguado, y luego un grito acallado, proceden del vestíbulo. Voy hacia allí. Oigo otro disparo, pero no es tan fuerte como para ser realmente un disparo. Me gustaría echarme a correr para llegar antes, pero sigo andando paso a paso, lentamente, con cuidado, cruzo por delante de un cuarto de ba?o y de un dormitorio vacío y me acerco a otro dormitorio, en el que hay una cama de matrimonio donde está tendida Emma Green. Está desnuda. Veo cómo Cooper, que está de pie frente a ella, golpea con su cinturón la mesilla de noche, sobre la que están la pistola y la Taser. Emma da un respingo con cada golpe. Es el ruido que he oído antes. Tiene las manos atadas a la espalda e intenta retroceder sobre el colchón. Sigo avanzando. Cooper ha notado mi presencia, o se ha dado cuenta de que Emma la ha notado, porque se vuelve bruscamente hacia mí con la enorme ventana del dormitorio de fondo y me pasa por la cabeza la posibilidad de abalanzarme contra él, de intentar lanzarlo por la ventana, pero podría caer con él y quién sabe si no aterrizaría sobre un rastrillo y él sobre un montón de paja. Se apodera rápidamente de la pistola y la levanta en dirección a mí, pero yo ya le he arrojado la palanca. Le acierto en el brazo, Cooper grita, suelta la pistola y esta cae por la ventana después de romper el cristal. Cooper avanza hacia mí y me lanza un pu?etazo en la barbilla justo en el momento en que yo descargo el pu?o sobre su mejilla. Vuelve a arremeter contra mí y paro el segundo golpe, lo agarro y en el forcejeo nos llevamos por delante una cómoda de la que empiezan a llovernos objetos: un cepillo, un espejo, unas estatuillas, un par de novelas, un cuaderno de crucigramas con un bolígrafo, un tarro de cristal grueso con algo flotando dentro. Emma Green ha saltado de la cama y ha salido corriendo hacia la puerta. Me zafo de Cooper, lo golpeo de nuevo en la cara y antes de que pueda volver a hacerlo agarra el tarro de cristal y lo arroja contra mí.

Estalla en pedazos nada más impactar con mi sien, pero siento como si la mitad del tarro me hubiera atravesado el cráneo. Algo que parece un pulgar amputado rebota en mi nariz antes de perderse por el suelo, el fluido me entra en los ojos, el dolor es instantáneo, se confunde con un gran escozor y lo veo todo borroso por culpa del líquido y del golpe en la cabeza. Apenas puedo abrir los ojos. Intento parpadear para librarme del líquido, pero no sirve de nada.

Cooper se inclina sobre mí. Su contorno es borroso. Sus manos abrazan mi cuello con fuerza. Intento zafarme de ellas pero apenas puedo levantar los brazos. Noto el olor de la orina y del sudor. Oigo un crujido de madera. Noto el sabor de la sangre. Estoy perdiendo rápidamente una batalla contra algo ante lo que nada puedo hacer y lo único que me queda es la esperanza de que Schroder esté a punto de entrar por la puerta.

Pero no entra.

Cooper aprieta más fuerte.

Parpadeo aún más para librarme del fluido. Siento cómo la presión aumenta dentro de mi cabeza. Tengo los ojos casi fuera de las órbitas. Y entonces es cuando lo veo. Un objeto negro que parece una pistola, pero que es demasiado grueso para serlo. Cooper levanta la cabeza para verlo y un instante después tiene el extremo metido dentro de la boca.

—?Hijo de puta! —grita Emma Green justo antes de apretar el gatillo.

El cuerpo de Cooper se tensa durante apenas un segundo antes de relajarse bruscamente. Se oye el crepitar eléctrico de la transmisión de voltios. Unas lucecitas diminutas titilan frente a mis ojos, resultan ser peque?os papelitos con números de serie impresos, demasiado borrosos para ser legibles. Cooper suelta mi garganta y cae sobre mí, su cara se pega a la mía y siento todo su peso encima. Lo empujo para apartarlo y cae rodando sobre un lado hasta quedar de espaldas. De su boca abierta salen dos finos cables que lo conectan a la Taser que Emma tiene en la mano. La chica aún tiene el dedo sobre el gatillo y Cooper sigue recibiendo la descarga hasta que finalmente ella lo suelta.

Me froto los ojos, pero sigo viéndolo todo borroso. Me desplazo a gatas, me incorporo sobre las rodillas, luego me pongo de pie y cuando intento apartarme choco contra la pared y vuelvo a caer al suelo. Emma baja la Taser y recoge la palanca. Aún lleva las manos atadas, pero ya no las tiene detrás de la espalda. Debe de haberse puesto de pie pasando todo el cuerpo entre los brazos.

—Y tú ?quién eres? —pregunta—. Tú ?quién co?o eres?

Levanto las manos por encima de la cabeza, preparado para defenderme si le da por atacarme con la palanca, aunque no estoy muy seguro de si seré capaz de hacerlo.

—Tu padre me… me pidió… que te encontrara —digo.

—Tu cara me suena.

—Bueno, porque…

—Eres el del accidente del a?o pasado. ?Qué demonios…? ?Has venido para seguir haciéndome da?o?