Puro (Pure #1)

—Ven a verlo.

Pressia mira hacia la trampilla.

—El pestillo se cierra de forma automática por los dos lados en cuanto se tapa —le explica—. Vas a tener que esperar a que Halpern lo abra, él tiene la única llave.

Le tiende la mano para ayudarla a bajar, pero Pressia lo ignora y baja por su cuenta.

—No puedo quedarme mucho rato.

—No pasa nada.

La fila se ha dispersado. Todos tienen papeles y hablan en corrillos, entre ellos Gorse, que la mira. Pressia lo saluda con la cabeza y él le devuelve el gesto. Tiene que hablar con él; está al lado del baúl y quiere ver lo que hay dentro. Avanza hacia allá.

—Pressia —la saluda Gorse.

Bradwell está detrás de la chica.

—?Os conocéis?

—De hace tiempo —aclara Gorse.

—Desapareciste y sigues vivo. —Pressia no puede disimular su asombro.

—Pressia, no le digas a nadie que me has visto. A nadie.

—No, claro. ?Y…?

Gorse la interrumpe:

—No —le dice, y ella entiende que Fandra ha muerto. Desde que desaparecieron ha pensado que estaba muerta, pero no se ha dado cuenta de las esperanzas que ha alimentado desde que ha visto a Gorse, pensando que podía estar viva, que a lo mejor volvía a verla.

—Lo siento.

El chico sacude la cabeza y cambia de tema:

—El baúl. Anda, échale un vistazo.

Pressia se adelanta hasta el baúl, donde hay gente agolpada a ambos lados, y siente una extra?a turbación. Escruta el interior y ve que está lleno de carpetas tiznadas de ceniza; en una pone ?Mapas?, en otra ?Manuscrito?. La de arriba está abierta y dentro hay trozos de revistas, periódicos y embalajes. Pressia no alarga la mano, al principio no es capaz de tocar nada. Se agacha y se agarra al borde del baúl. Hay imágenes de gente tan contenta por haber perdido peso que se envuelven las barrigas con cintas métricas, perros con gafas de sol y sombreritos de fiesta, y coches con grandes lazos rojos en el techo. Hay abejorros sonrientes, ?garantía de devolución?, cajitas de peluche con joyas dentro. Las fotografías están algo rasgadas y estropeadas; las hay con agujeros y bordes ennegrecidos; otras están borrosas por el gris de la ceniza. Pero aun así son bonitas. ?Así es como era?, piensa Pressia. Nada de ese rollo que acaba de contarles Bradwell. Era así. Son fotos, pruebas reales.

Extiende la mano y toca una fotografía de una gente que lleva gafas con lentes de colores y están en una sala de cine. Miran la pantalla mientras ríen y comen de unos cubiletes de colores.

—Lo llamaban 3D. Veían pantallas planas pero con las gafas puestas el mundo salía de ellas, como en la vida real —explica Bradwell. Coge la foto y se la tiende.

Al cogerla, a Pressia le empieza a temblar la mano.

—Es que no lo recordaba con tanto detalle. Es alucinante. Como… —Pressia le mira a los ojos—. ?Por qué has dicho todo eso cuando tienes aquí estas fotos? Vamos, solo hay que verlo.

—Porque lo que he contado es la verdad. Historia Eclipsada. Esto no.

La chica sacude la cabeza y repone:

—Puedes decir lo que quieras; yo sé cómo era. Lo tengo en la cabeza y se parece más a esto. No me cabe duda.

Bradwell se echa a reír.

—?No te rías de mí! —exclama Pressia.

—Ya veo qué clase de persona eres.

—?Qué? No me conoces en absoluto.

—Tú eres de la clase de personas que quieren que todo vuelva a ser como el Antes. No se puede mirar hacia atrás así. Es probable que hasta te encante la Cúpula, donde todo es fácil y agradable.

Da la impresión de que la está ridiculizando.

—Yo no soy la que miro hacia atrás. ?Eres tú quien va por ahí dando clases de historia!

—Solo miro hacia atrás para que no cometamos los mismos errores.

—Como si fuéramos a tener ese lujo —replica Pressia—. Espera, ?es eso lo que planeas con tus clases?, ?una forma de infiltrarte en la ORS, de acabar con la Cúpula? —La chica le tira el trozo de papel al pecho y se dirige hacia Halpern—. Abre la puerta —le ordena.

Halpern la mira confuso.

—?Qué? Pero ?se cierra?

Pressia vuelve la vista a Bradwell.

—?Te crees muy gracioso?

—No quería que te fueses. ?Qué tiene eso de malo? —le responde Bradwell.

La chica se apresura hacia la escalera y Bradwell la sigue.

—Ten, quédatelo —le dice a Pressia tendiéndole un papel doblado.

—?Qué es esto?

—?Has cumplido ya los dieciséis?

—Todavía no.

—Es donde puedes encontrarme. Cógelo. Puede que te haga falta.

—?Para qué? ?Por si quiero más charlas? Por cierto, ?dónde está la comida?

—?Halpern! —lo llama Bradwell—. ?Dónde está la comida?

—Déjalo —dice Pressia, que tira de la escalerilla.

Pero cuando pone el pie en el primer escalón, el chico le mete el papel doblado en el bolsillo.

—No te hará da?o.

—?Sabes una cosa? Tú también eres de una clase —dice Pressia.

—?De cuál?

No sabe qué decir; nunca ha conocido a nadie como él. Los pájaros de su espalda parecen intranquilos, las alas se agitan bajo la camisa. Los ojos del chico parecen rumiar algo, la mirada es intensa.

—Eres un chico listo, seguro que lo averiguas tú solito.

Mientras sube la escalera Bradwell le dice:

—?Te das cuenta de que acabas de decir algo bueno de mí? Ha sido un cumplido, todo un piropo.

Aquello no hace sino enfadarla aún más.

—Espero no volver a verte nunca. ?Te ha gustado ese piropo?

Sube lo suficiente para abrir de un empujón la trampilla, que se abre de golpe y resuena contra la madera. En el cuarto de abajo todo el mundo se detiene y se la queda mirando.

Y por alguna extra?a razón espera mirar en la habitación de arriba y ver una casa con flores cosidas al sofá, ventanas iluminadas con cortinas agitadas por el viento, una familia con cintas métricas comiendo un pavo deslumbrante, un perro con gafas de sol sonriéndole y, fuera, un coche con un lazo puesto… y tal vez incluso a Fandra, viva y peinándose su fino cabello dorado.

Sabe que nunca olvidará las fotografías que ha visto. Han entrado en su mente para quedarse; al igual que Bradwell, con su pelo alborotado, su doble cicatriz y todas lo que ha salido de su boca. ?Que le ha dicho un piropo? ?De eso la ha acusado? ?Acaso eso importa algo ahora que ha escuchado que las Detonaciones fueron orquestadas, que los dejaron allí para que muriesen todos?

No hay ningún sofá, ninguna cortina, ni rastro de familias, perros o lazos.

Lo único que hay es el cuarto con los palés polvorientos y la puerta de barrotes.





Perdiz


Tictac

El compa?ero de cuarto de Perdiz, Silas Hastings, va al espejo que hay detrás de la puerta del ba?o y se da palmaditas en las mejillas con la loción post-afeitado.

—No me digas que hoy también tienes que estudiar hasta el último minuto. Es un baile, joder, colega.