El Código Enigma

Shanghai, 16.45 horas, viernes, 28 de noviembre de 1941. Bobby Shaftoe, y la otra media docena de marines del camión, miran a todo lo largo de Kiukiang Road, a la que acaban de acceder doblando una esquina a gran velocidad. La catedral está a la derecha, lo que significa que está a, ?cuánto?, dos calles del Bund. Allí aguarda amarrada una ca?onera de la Patrulla Fluvial del Yangtzé, esperando el material que llevan en el camión. El único problema serio es que esas dos calles en particular están habitadas como por cinco millones de chinos.

 

Y bien, esos chinos son sofisticados urbanitas, no rústicos quemados por el sol que no han visto nunca un coche… se apartan si vas lo suficientemente deprisa y le das a la bocina. Y de hecho, muchos de ellos huyen hacia uno u otro lado de la calle, creando la ilusión de que el camión se mueve más rápido que las cuarenta y tres millas que marca el velocímetro.

 

Pero el bosquecillo de bambú del haiku de Bobby Shaftoe no ha sido incluido simplemente para a?adir un poco de sabor oriental al poema y entusiasmar a los parientes allá en Oconomowoc. Hay ?mucho? bambú frente al camión, docenas de autopistas improvisadas que bloquean el camino hasta el río, porque los oficiales de la Flota Asiática de la Marina de Estados Unidos, y el Cuarto de Marines, que concibieron esta peque?a operación olvidaron tener en cuenta el factor Tarde del Viernes en sus cálculos. Como Bobby Shaftoe podría haberles explicado, si se hubiesen molestado en preguntarle a un pobre tonto como él, la ruta asignada les llevaba justo por el corazón del distrito bancario. Ahí tienes, claro está, el Banco de Hong Kong y Shanghai, el City Bank, el Chase Manhattan, el Banco de América, el BBME y el Banco Agrícola de China y un montón de peque?os bancos provinciales de mierda, y muchos de esos bancos tienen contratos con lo que queda del gobierno chino para imprimir moneda. Debe ser un negocio muy competitivo porque reducen costes imprimiéndola sobre viejos periódicos, y si sabes chino puedes leer las últimas noticias del a?o pasado y los resultados de polo por entre los números y las imágenes de colores que transforman esos trozos de papel en moneda de curso legal.

 

Como sabe todo vendedor de pollos y operador de rickshaw en Shanghai, el contrato de impresión de dinero estipula que todos los billetes que esos bancos imprimen deben estar respaldados por cierta cantidad de plata; por ejemplo: cualquiera debería poder entrar en uno de los bancos situados al final de Kiukiang Road, soltar un fajo de billetes y (si están impresos por ese mismo banco) recibir a cambio plata de verdad.

 

Si China no estuviese siendo sistemáticamente destrozada por el imperio de Nipón, probablemente enviaría contables oficiales para controlar la cantidad de plata presente en las cámaras acorazadas de los bancos, y todo se realizaría con tranquilidad y de forma ordenada. Pero tal y como están las cosas, lo único que mantiene la honradez de un banco son los otros bancos.

 

Así es como lo hacen: durante el curso normal de su actividad, mucho papel moneda pasará por las ventanillas de (digamos) el banco Chase Manhattan. Lo llevarán a una habitación trasera y lo ordenarán, arrojando en grandes cajas de dinero (de como medio metro de área y un metro de profundidad, con cuerdas en las cuatro esquinas) todos los billetes impresos por (digamos) el Banco de América, en una de ellas, todos los de City Bank, en otra. Después, el viernes por la tarde, aparecerán los coolies. Cada coolie, o pareja de coolies, tendrá su gigantescamente larga ca?a de bambú —un coolie sin su bambú sería como un marine chino sin su bayoneta brillante— e introducirán sus ca?as entre las cuerdas de las esquinas de las cajas. Luego un coolie se colocará bajo cada uno de los extremos de la ca?a, elevando la caja en el aire. Tienen que moverse al unísono, porque si no la caja empezaría a agitarse y las cosas se irían al carajo. Así que mientras se dirigen a su destino —el banco cuyo nombre esté impreso en los billetes de la caja— cantan y plantan los pies en el suelo siguiendo la música. La ca?a es muy larga, así que están muy separados, y tienen que cantar muy alto para oírse, y por supuesto, cada par de coolies en la calle está cantando su canción particular, intentado ahogar a todos los demás para no perder el paso.

 

Por tanto, diez minutos antes de la hora del cierre el viernes por la tarde, las puertas de muchos bancos se abren de par en par y varias parejas de coolies entran desfilando y cantando, como si fuesen los teloneros de un jodido musical de Broadway, dejan caer sus enormes cajas de gastado papel moneda y exigen plata a cambio. Todos los bancos se lo hacen los unos a los otros. En ocasiones, todos lo hacen el mismo viernes, especialmente en un momento como el 28 de noviembre de 1941, cuando incluso un soldado común como Bobby puede entender que es mejor tener plata que un montón de recortes de periódico. Y es por eso que, una vez que los peatones normales, los carritos de comida y los furiosos policías sij se han apartado y pegado a los clubes, tiendas y burdeles de Kiukiang Road, Bobby Shaftoe y los otros marines del camión no pueden ver todavía la ca?onera que es su destino, debido al bosque horizontal de poderosos bastones de bambú. Ni siquiera pueden oír la bocina de su propio camión debido a la salvaje y vibrante cacofonía pentatónica de los coolies cantando. No es la típica carrera monetaria del distrito bancario de Shanghai un viernes después del mediodía. Es el ajuste de cuentas definitivo antes de que todo el hemisferio oriental arda en llamas. Todos los millones de promesas impresas en esos trozos de papel higiénico se mantendrán o romperán en los próximos diez minutos; se moverá plata u oro de verdad, o no se hará. Era una especie de Día del Juicio fiduciario.

 

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