—Vas a resistirte —apuntó Algaliarept, entusiasmado—. Estupendo. Sabía que lo harías. —Sus ojos se encontraron con los míos y sonrió con satisfacción mientras ajustaba el puente de sus gafas—. Adsimulo calefacio.
El cuchillo dentro de mi manga estalló en llamas. Con un sonoro quejido me deshice del abrigo. Chocó contra el borde de mi burbuja y se deslizó hacia abajo. El demonio me observaba.
—Rachel Mariana Morgan. Deja de colmar mi paciencia. Ven hasta aquí y recita la maldita invocación.
No tenía opción. Si no lo hacía, daría el acuerdo por violado, tomaría mi alma como prenda y me arrastraría a siempre jamás. Mi única oportunidad era concluir el acuerdo. Miré a Ceri, deseando que se apartara de Algaliarept, pero se encontraba pasando sus dedos sobre las fechas grabadas en la agrietada lápida; su piel cetrina estaba ahora incluso más pálida.
—?Recuerdas la maldición? —inquirió Algaliarept cuando me puse a la altura del caldero, que me llegaba hasta las rodillas.
Le eché un vistazo a su interior, sin sorprenderme de que el aura del demonio fuese negra. Asentí, sintiéndome desfallecer mientras mis pensamientos retrocedían a cuando había convertido a Nick en mi familiar accidentalmente. ?Había sido tan solo hacía tres meses?
—Sí, aunque solo traducida —susurré. Nick. Oh, Dios. No te he dicho adiós. Se había mostrado tan distante últimamente que no había encontrado el valor para decírselo. No se lo había dicho a nadie.
—Eso bastará. —Sus gafas se desvanecieron y sus malditos ojos de cabra se clavaron en mí. Mi corazón se aceleró, pero ya había tomado esa decisión. Por ella viviría o moriría.
La voz de Algaliarept se deslizó entre sus labios, profunda y resonante, haciendo que todo mi interior pareciera vibrar. Hablaba en latín, con palabras familiares, aunque no conocidas; era como la visión de un sue?o.
—Pars tihi, totum mihi. Vinctus vinculis, prece factis.
—?Parte para ti? —traduje yo, recitando las palabras de memoria—, ?pero todo para mí. Unidos por un vínculo, ese es mi ruego?.
La sonrisa del demonio se ensanchó, provocándome un escalofrío debido a su confianza.
—Luna servata, lux sanata. Chaos statutum, pejes minutum.
Tragué saliva.
—Bajo la seguridad de la luna, la luz sana —musité—. Caos decretado, en vano sea nombrado.
Los nudillos de Algaliarept, cerrados sobre el recipiente, palidecían de impaciencia.
—Mentem tegens, malum íerens. Semper servís dum duretmundus —pronunció, y Ceri sollozó, con el sonido de un gatito, súbitamente contenido—. Continúa —ordenó Algaliarept, con sus rasgos emborronados por la excitación—. Dilo e introduce tus manos.
Vacilé; mis ojos se posaron en la ruinosa figura de Ceri, junto a la lápida; su vestido era un peque?o charco de colores.
—Primero absuélveme de una de las deudas que tengo contigo.
—Eres una zorra caprichosa, Rachel Mariana Morgan.
—?Hazlo! —exigí—. Dijiste que lo harías. Retira una de tus marcas.
Se inclinó sobre el recipiente hasta que pude ver mi reflejo en sus gafas, mis ojos abiertos y asustados.
—Da lo mismo. Acaba el conjuro y sométete a él.
—?Estás diciendo que no vas a cumplir nuestro trato? —insistí, y él se rió.
—No. En absoluto, y si estabas esperando romper nuestro acuerdo basándote en eso, es que eres tristemente ingenua. Retiraré una de mis marcas, pero todavía me debes un favor. —Se relamió los labios—. Y, como mi familiar, tú… me perteneces.
Una nauseabunda mezcla de miedo y alivio sacudió mis rodillas y contuve el aliento para no marearme. Pero tenía que cumplir del todo mi parte del trato antes de comprobar si mis esperanzas eran fundadas y podía colar la trampa para el demonio por una peque?a rendija llamada ?elección?.
—?Al abrigo de la mente? —dije con voz temblorosa—, ?portador de dolor. Cautivos hasta que los mundos mueran?.
Algaliarept emitió un sonido de satisfacción. Apreté los dientes y sumergí las manos en el caldero. El frió sacudió mi interior, dejándolas entumecidas. Las saqué de inmediato. Las contemplé, aterrada, sin percibir cambio alguno en el esmalte rojo de mis u?as.
Entonces fue cuando el aura de Algaliarept se filtró más en mi interior, alcanzando mi chi.
Mis ojos parecían hincharse de agonía. Tomé una gran bocanada de aire para gritar, pero no pude dejarlo salir. Vi a Ceri con el rabillo del ojo, con los ojos perdidos en su memoria. Al otro lado del caldero, Algaliarept sonreía. Mientras me ahogaba, luché por respirar a la vez que el aire parecía transformarse en aceite. Caí sobre mis manos y rodillas, lastimándomelas contra el cemento. Con el pelo cayendo sobre mi rostro, intenté contener las arcadas. No podía respirar. ?No podía pensar!