Las pruebas (The Maze Runner #2)

Thomas no podía dejar de mirar más allá de la puerta abierta, hacia el pozo de negra oscuridad. Sintió una aprensión familiar al saber que tenía que haber sucedido algo o, de lo contrario, los que les habían rescatado habrían ido a buscarles hacía un buen rato. Pero Minho y Newt tenían razón: debían salir en busca de respuestas.

—?Foder —exclamó Minho—, yo iré primero!

Sin esperar una reacción, atravesó la puerta abierta y su cuerpo desapareció en la penumbra casi al momento. Newt miró a Thomas de forma vacilante y después siguió a Minho. Por alguna razón, Thomas creyó que dependía de él ir detrás, así que se decidió.

Paso a paso, dejó el dormitorio y entró en la oscuridad de la zona común, con los brazos extendidos delante de él.

El resplandor de luz que venía de atrás no iluminaba mucho las cosas; bien podría haber estado caminando con los ojos muy apretados. Y aquel lugar olía fatal.

Desde delante, Minho dio un grito y después dijo:

—Guau, tened cuidado. Algo… extra?o cuelga del techo.

Thomas oyó un ligero chirrido o un chasquido, algo que crujía. Como si Minho hubiera chocado con una lámpara demasiado baja y la hubiera hecho balancearse hacia delante y atrás. Se oyó un gru?ido de Newt a la derecha, seguido del chirrido del metal arrastrado por el suelo.

—Una mesa —anunció Newt—. Cuidado con las mesas.

Fritanga habló detrás de Thomas:

—?Alguien recuerda dónde estaban los interruptores de la luz?

—Ahí es donde me dirijo —contestó Newt—. Juraría que recuerdo haber visto unos cuantos en algún sitio, por ahí.

Thomas continuó avanzando a ciegas. Sus ojos se habían adaptado un poco; donde antes todo era un muro de negrura, ahora veía rastros de sombras entre las sombras. Aun así, faltaba algo. Todavía estaba un poco desorientado, pero las cosas parecían no estar en el sitio correcto. Era casi como si…

—Arggggh —gru?ó Minho con un escalofrío de repulsión, como si acabara de pisar un montón de clonc. Otro chirrido atravesó la sala.

Antes de que Thomas pudiera preguntar qué había pasado, se topó con algo. Duro, de forma repugnante. Con el tacto de una tela.

—?Los he encontrado! —gritó Newt.

Se oyeron unos cuantos clics. Entonces la sala se iluminó de pronto con la luz de los fluorescentes, que dejó ciego por un momento a Thomas. Se apartó a trompicones de la cosa con la que había chocado, se restregó los ojos, dio con otra figura rígida y la apartó con un empujón.

—?Ostras! —gritó Minho.

Thomas entrecerró los ojos y su visión se aclaró. Se obligó a contemplar la escena de terror que le rodeaba.

Por toda aquella enorme sala había personas pendiendo del techo, al menos una docena. Las habían colgado por el cuello, y las cuerdas, retorcidas, se hundían en la piel morada e hinchada. Los cuerpos rígidos se balanceaban adelante y atrás ligeramente, con las lenguas de color rosa pálido saliendo de sus bocas de labios blancos. Todos tenían los ojos abiertos, aunque vidriosos por una muerte segura. Debían de llevar horas así. La ropa y algunas de sus caras les resultaban familiares.

Thomas cayó de rodillas. Conocía a aquellos muertos.

Eran los que habían rescatado a los clarianos. Justo el día anterior.





Capítulo 4


Thomas intentó no mirar ningún cadáver mientras se ponía de pie. Medio caminó, medio avanzó a trompicones hasta Newt, que continuaba junto a los interruptores, con la mirada aterrorizada yendo de un cadáver a otro de los que colgaban por toda la habitación.

Minho se unió a ellos y maldijo entre dientes. Otros clarianos salieron del dormitorio y empezaron a gritar cuando se dieron cuenta de lo que veían; Thomas oyó a un par de ellos tener arcadas, vomitar y escupir. él mismo sintió unas ganas terribles de hacerlo, pero se contuvo. ?Qué había ocurrido? ?Cómo podían haberles arrebatado todo tan pronto? Su estómago se tensó cuando la desesperación amenazó con derribarle.

Entonces se acordó de Teresa.

?Teresa! —la llamó con su mente—. ?Teresa! —una y otra vez gritó mentalmente su nombre con los ojos cerrados y la mandíbula apretada—. ?Dónde estás?

—Tommy —dijo Newt, que alargó el brazo para estrecharle el hombro—, ?qué pu?etas te pasa?

Thomas abrió los ojos y se dio cuenta de que se había doblado en dos y se aferraba el estómago con los brazos. Despacio, se enderezó y trató de apartar el pánico que le consumía por dentro.

—?Tú… tú qué crees? Mira a nuestro alrededor.

—Sí, pero parece que estuvieras sufriendo o te doliera algo.

—Estoy bien, tan sólo intento encontrarla en mi mente. Pero no puedo. —No estaba bien. Odiaba recordarles a los demás que Teresa y él podían comunicarse telepáticamente. Y si todas aquellas personas estaban muertas…—. Tenemos que averiguar dónde la pusieron —soltó, agarrándose enseguida a un cometido para aclarar su mente.

Examinó la sala, esforzándose por no centrarse en los cadáveres, y buscó una puerta que tal vez llevara a su habitación. Le había dicho que estaba al otro lado de donde ellos habían dormido, cruzando la zona común.

Allí. Una puerta amarilla con un pomo de latón.

—Tiene razón —dijo Minho al grupo—. ?Dispersaos para encontrarla!