ángeles en la nieve

Se han confirmado mis peores temores. Es un crimen motivado por el odio. Es difícil creer que alguien pudiera odiarla tanto. La cuestión, pese a las palabras grabadas en el vientre, es qué pudo inspirar un odio así. ?Fue su raza, su belleza..., o algo más?

—Han roto una botella de medio litro de cerveza Lapin Kulta por el cuello y la han introducido por el lado cortante, girándola y cortando, en el interior de la vagina de la víctima. No se observan fragmentos de vidrio de la botella rota. La víctima ha sido golpeada con un objeto romo que le ha dejado una contusión en la frente.

—Fue golpeada dos veces. Probablemente con un martillo de carpintero —apunta Esko, que se agacha y se pone a mi lado.

Asiento.

—Probablemente con un martillo de carpintero. Le han sacado los ojos, posiblemente con la botella rota. También le han cortado un trozo superficial de piel del pecho derecho, de unos ocho por once centímetros, y se encuentra junto a la víctima, cerca de su hombro izquierdo. Un largo y profundo corte le atraviesa el bajo abdomen. Y le han cortado la garganta. La limpieza de estos cortes sugiere que para infligir esas heridas el asesino usó un arma afilada, no la botella de cerveza.

—Dejó el fragmento del pecho —observa Esko—. No es de los que se llevan trofeos.

—Por lo menos parece que se han usado tres instrumentos para mutilar a la víctima: uno romo y pesado, tal como se desprende de los dos golpes de la cabeza, y dos afilados, uno la botella de cerveza y el otro un arma afilada.

—Yo diría que es un cuchillo de caza dentado —apunta Esko.

—?Me he dejado algo? —pregunto.

—No creo.

Algo brilla a la luz de mi linterna. Me acerco a ella.

—?Qué es eso que tiene en la cara?

—?Dónde?

Le indico tres peque?as rayitas.

—Junto a la nariz, en la mejilla.

—No sé.

—?Crees que le escupieron?

—No parece tener la viscosidad de la saliva.

—Si fuera blanca, ni siquiera se vería. Y aun así apenas se ve. Asegúrate de tomar una muestra para analizarla. ?Algo más?

Esko dice que no con la cabeza. Coge las manos a la víctima, con cuidado de que no se caiga la nieve alojada bajo las cuidadas u?as, las analiza y las envuelve con bolsas de plástico. Toma muestras de sangre de diferentes puntos de la nieve, alrededor del cuerpo, y una muestra del líquido del rostro.

—Oye, Kari, a mí esto me supera —confiesa—. Nunca me he enfrentado a algo así. Esto va a convertirse en noticia de repercusión internacional y tengo miedo de cagarla.

Le agradezco su sinceridad. Hace mucho que yo mismo no llevo una investigación complicada por asesinato. Además, es casi Navidad y cuatro de nuestros ocho agentes están de vacaciones. Ni siquiera tenemos un turno de noche; vamos rotando cada día. Hasta el recepcionista está de vacaciones. Es un momento ideal para cometer un asesinato. Un lugare?o lo sabría, y eso me preocupa.

—Tenemos las huellas del coche —respondo—, y del cuerpo sacaremos un montón de pruebas. Lo resolveremos.

Nos arrodillamos en la nieve y nos miramos el uno al otro durante unos segundos, ambos sin palabras. Desde el cercado exterior al cobertizo, una hembra de reno pre?ada nos mira con desgana. Aslak está de pie, no muy lejos de allí, liándose un cigarrillo. Ojalá esto no hubiera sucedido. Desearía estar en casa con Kate, apoyar mi mano en su vientre e imaginar a nuestro hijo creciendo en su interior. Miro hacia el otro extremo del campo nevado; la casa de Aslak es una sombra en la distancia. Hace casi un a?o y medio, Kate y yo nos conocimos en su patio trasero.