Temerario I - El Dragón de Su Majestad

Un sordo ruido de satisfacción se extendió por la estancia. Laurence torció el gesto. Comprendía su alborozo, y lo hubiera compartido si las circunstancias hubieran sido sólo un poco diferentes. El huevo debería de valer mil veces su peso en oro una vez que lo hubiera llevado intacto a tierra; todos los tripulantes del barco recibirían su parte del botín, y él, como capitán, se llevaría la parte de más valor.

 

El capitán francés había arrojado por la borda el diario del Amitié, pero sus marineros habían sido menos discretos que los oficiales y a través de sus quejas Wells pudo conocer con toda claridad las causas que retrasaron la llegada al puerto: fiebres entre la dotación, total ausencia de viento en la zona de las calmas ecuatoriales durante casi un mes, una gotera en los tanques de agua que había menguado las reservas y, por último, la galerna que también ellos habían tenido que capear recientemente. Había sido una concatenación de hechos desafortunados, y Laurence era consciente de que la naturaleza supersticiosa de sus hombres se agitaría ante la idea de llevar el huevo, que, sin lugar a dudas, consideraban el causante de todo, a bordo del Reliant.

 

Por supuesto, procuraría que la tripulación lo ignorase; cuanto menos se supiera del largo rosario de desastres que había sufrido el Amitié, mejor. Por eso, después de que se hiciera el silencio de nuevo, se limitó a decir:

 

—Por desgracia, la presa ha tenido un viaje realmente malo. Esperaban haber llegado a puerto hace un mes, si no antes, y el retraso ha hecho que cuanto concierne al huevo sea más apremiante.

 

La perplejidad y la incomprensión presidían la mayoría de los rostros, aunque comenzaban a extenderse las miradas de preocupación, por lo que zanjó el asunto afirmando:

 

—En resumen, el dragón está a punto de romper el huevo, caballeros.

 

Se oyó otro murmullo, esta vez de decepción, e incluso unas pocas protestas en voz baja. Por lo general, hubiera tomado nota de los infractores para darles una leve reprimenda pero, tal y como estaban las cosas, lo dejó pasar. Pronto iban a tener más motivos de queja. Por el momento, no habían comprendido el significado de sus palabras; simplemente habían pensado que eso supondría una reducción del botín al pasar de un huevo intacto a lo que pagarían por un dragoncillo sin adiestrar, mucho menos valioso.

 

—Tal vez no todos ustedes sean conscientes —dijo al tiempo que silenciaba los susurros con una mirada—de que Inglaterra se encuentra en una situación grave en lo que se refiere a la Fuerza Aérea. Por supuesto, somos más hábiles y somos capaces de sobrevolar cualquier otro país, pero los franceses doblan nuestro número de crías y resulta innegable que tienen más variedad de especies. Un dragón correctamente enjaezado nos resulta más valioso que una nave de primera clase con cien ca?ones, incluso un simple Tanator Amarillo o un Winchester de tres toneladas. El se?or Pollitt cree que esta cría es un espécimen de primera a juzgar por el tama?o y el color del huevo, y muy probablemente se trate de una de las especies grandes, que son muy raras.

 

—?Vaya! —exclamó el guardiamarina Carver con tono horrorizado, como si hubiera comprendido el significado de las palabras de Laurence.

 

Se puso colorado de inmediato, cuando todas las miradas se clavaron en él, y cerró la boca.

 

Laurence ignoró la interrupción. Riley se cuidaría de retirarle el grog a Carver durante una semana sin necesidad de que él se lo ordenara. Al menos, la exclamación había predispuesto a los demás.

 

—Es nuestro deber intentar al menos ponerle un arnés al animal —informó—. Confío, caballeros, en que todos los aquí presentes estén dispuestos a cumplir su deber con Inglaterra. La Fuerza Aérea no es la clase de vida para la que ninguno de nosotros hemos sido educados, pero tampoco la Armada es una sinecura, y no hay ni uno solo de ustedes que no comprenda que es un servicio duro.

 

—Se?or —intervino el teniente Fanshawe con ansiedad; era un joven de muy buena familia, hijo de un conde—, cuando dice ?nosotros?, esto… ?Se refiere a todos nosotros?

 

Enfatizó la palabra todos con una insinuación claramente egoísta y Laurence notó cómo su rostro enrojecía de ira mientras contestaba con brusquedad:

 

—Todos, se?or Fanshawe, ?ya lo creo! A menos que haya aquí alguien que sea demasiado cobarde para hacer el intento, y en tal caso ese caballero podrá explicarse ante una corte marcial cuando desembarquemos en Madeira.

 

Recorrió la sala con una mirada de enojo y nadie más se atrevió a sostenerla ni protestar.

 

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